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levantó se aquel día a el rayar el alba, como de costumbre. el cuidado de los negocios obligaba le a ser diligente, y por hábito, por temperamento, necesitaba madrugar. tenía por martirio quedar se en la cama hasta después de salido el sol, y nunca le había pasado tamaño contratiempo sino por enfermedad. gozaba sobremanera con el espectáculo matutino que le ofrecía a diario la naturaleza; y aunque era hombre sin instrucción ni refinamientos artísticos, admiraba a su modo los bellos panoramas, y soñaba delante de ellos con vaga voluptuosidad, sin desembrollar el mundo confuso de ideas, sentimientos, tristezas y anhelos que embargaban su espíritu en los instantes dulcemente melancólicos de su contemplación.
fuese aquella mañana, como las otras, a el portal de la hacienda que veía a el , y envuelto en el sarape de brillantes colores, y calado hasta los ojos el sombrero de anchas alas, se puso a atisbar el lejano horizonte. aún era de noche en la extensión de el cielo, brillaban todavía las estrellas en el firmamento y estaban desiertos y silenciosos los campos. salía de todas partes ese vago rumor de arrullo que brota de la naturaleza en las horas nocturnas, cuando el susurro de el viento entre las hojas, el canto de el grillo escondido debajo de las piedras y la ronca voz de la cigarra en lo más espeso de los matorrales, forman un interminable ¡chiis! semejante a el de las madres que velan el sueño de sus hijos. escuchaba se a lo lejos el acento de el caudaloso , que bajando de la cañada bermejo de color y cargado de tierra vegetal, forma a el pie de el cerro una especie de torrente, rompiendo sus ondas espumosas en los pulidos y grandes cantos que le salen a el paso. no era visible a aquellas horas en el seno de la oscuridad; pero su fragor, debilitado por la distancia, percibía se aunque confuso, a modo de el zumbar indistinto de un enjambre de abejas. el valle cubierto de cañaverales parecía caos de cosas informes, y las elevadas montañas que le cercaban, gigantes misteriosos salidos de el abismo para explorar el espacio. allá en el término postrero de el cuadro, miraba se aparecer una luz tenue, que tanto podía ser anuncio de el nuevo día como el fulgor de una estrella.
a la espalda de se alzaban los mil ruidos de el ingenio y se veía, a través de las ventanas de la fábrica, la intensa claridad de las luces artificiales que habían ardido toda la noche. rumor confuso de voces llegaba hasta él por oleadas, de tiempo en tiempo, y algunas veces el silbato de el vapor rompía en grito estridente, semejante a prolongado lamento de un gran reptil emboscado en las tinieblas.
poco a poco fue esclareciendo se el confín de el espacio. pareció primero que una gasa luminosa hubiese sido extendida en la inmensidad por una mano invisible. la débil claridad fue dilatando se insensiblemente por todo el cielo, y, a medida que se agrandaban sus dominios e iba cubriendo con ligero cendal la faz de las estrellas, el fulgor distante hacía se más y más intenso, y la blancura de la luz comenzaba a teñir se con suaves y variados matices. sin que el ojo pudiese apreciar el instante de la metamorfosis, apareció el color de las rosas mezclado con el albor de la lontananza. luego saltó sobre la cumbre de la sierra gualda brillantísima, que convirtió el horizonte en océano de gloria, donde parecían nadar los espíritus de los bienaventurados; hasta que el fondo naranjado fue extremando el matiz de sus tonos y se trocó en mar escarlata, como sangre fluida y luminosa.
rompió la contemplación de un trote de caballos por el camino de . como hombre de campo que era, de ojo perspicaz y oído finísimo, pocos instantes de observación fueron le bastantes para distinguir, entre las sombras crepusculares que aún ocultaban la falda de la loma cubierta de hierba, las negras siluetas de dos jinetes que avanzaban hacia la hacienda. fumaban de tiempo en tiempo, y la lumbre de sus cigarros parecía en la penumbra como pasajera fosforescencia de aladas luciérnagas entre la hojarasca. lleno de curiosidad, siguió atentamente la marcha de los jinetes, que ya se dejaban columbrar por algún claro, ya se hundían en alguna hondonada, ora mostraban tan sólo las oscuras copas de los sombreros, o bien aparecían y desaparecían rápidamente entre los troncos de los árboles, a modo de visiones fantásticas. como la vereda hacía un agudo recodo a la llegada de la hacienda, perdió los de vista durante unos instantes. entretanto llevó a cabo toda su evolución la alegre aurora, y cuando los jinetes aparecieron por la puerta de la plaza cercada, frente a el corredor, hizo explosión el sol allá en el fondo de el paisaje, entre girones de nubes violáceas y color de oro; y caballos y caballeros se destacaron con toda distinción sobre el foco deslumbrador de la inmensa fragua. heridos por rayos oblicuos, parecía que aquéllos y sus cabalgaduras venían orlados con fleco luminoso; o, como decía en lengua campesina, parecía que venía chorreando luz.
— buenos días, compadre — dijo tan luego como hubo conocido a el jinete que llegaba el primero.
— buenos días compadre — repuso el recién llegado deteniendo el caballo y echando pie a tierra.
el sirviente que le acompañaba descendió velozmente de su cabalgadura y fue a tener por la brida la que dejaba su amo. luego se inclinó para quitar a éste las espuelas.
— no, — dijo le —, no me las quites, porque no tardamos en ir nos.
— ¡cómo! compadre — observó — ¿luego no se queda a desayunar conmigo?
— no, ahora no, porque tengo que llegar a el antes de las seis, y todavía está lejos.
— lo siento, compadre; pero ya será otro día ¿no es cierto...? pase, pase ¿quiere que nos sentemos en esta banca para gozar de el fresco? ¿o que entremos en el despacho?
— aquí estamos bien, no se moleste.
— conque ¿qué anda haciendo por acá tan temprano?
— no me agradezca la visita; vengo a tratar de nuestro negocio.
— ¿qué negocio?
— el que tenemos pendiente.
— ¡ninguno tenemos pendiente!
— ¿luego el ? ¿tan pronto se le ha olvidado?
— ¿qué tiene usted que decir de el ?
— que quiero me resuelva de una vez, si me lo entrega o no me lo entrega.
— ¿para qué hablamos de eso? mil veces le he dicho que ese monte es mío.
— así lo dice usted; pero a mí me pertenece.
— compadre, vale más que hablemos de otra cosa: deje se de eso ¡pues qué no somos amigos!
— sí lo somos; pero eso no quiere decir que usted se quede con lo mío. ¡qué modo de amigos!
enrojeció de cólera a el oír aquellas palabras, y abrió la boca para responder con vehemencia; pero se contuvo a tiempo, reprimió el arrebato y guardó silencio breves momentos para recobrar el equilibrio perdido y orientar claramente las ideas.
aprovechemos este intervalo para trabar conocimiento con ambos interlocutores.
, en cuanto a lo físico, no valía gran cosa. pequeño de estatura, trigueño de color, y un tanto grueso, parecía un humilde sirviente de la casa; nadie, a el ver le, hubiera creído que era el propietario de aquel vasto inmueble y de aquel rico ingenio. descendiente de un antiguo cacique de , tenía en el rostro los rasgos característicos de la raza indígena: cabellera lacia y negra a pesar de sus cuarenta y cinco años, nariz corta, dientes blancos, labios carnosos y un ruin bigotillo que le bajaba por los extremos de la boca en forma de coma, dejando casi imberbe la parte céntrica de el labio superior. lo único notable que había en su fisonomía eran los ojos, no hermosos ni grandes, sino antes bien pequeños; pero vivos, penetrantes y observadores. ordinariamente, en la conversación, mantenía los tenazmente apartados de la persona con quien hablaba; sólo en casos excepcionales fijaba los en su interlocutor, produciendo en éste un extraño efecto, como si sus rayos fuesen aceradas agujas que se clavasen en las pupilas de aquel a quien iban dirigidos. pero esto duraba sólo un inomento, pues luego los volvía a otra parte como distraído, y de allí a poco borraba se casi la impresión de aquel resplandor pasajero. era de escasas palabras. la mayor parte de el día pasaba la callado, en constante peregrinación a través de sus propiedades y dependencias. cuando todo iba bien, no decía palabra; pero cuando estimaba preciso corregir algún vicio, o remediar algún desperfecto, daba órdenes en frases concisas y con tono imperativo. los sirvientes obedecían le solícitos, a pesar de que muy rara vez los reñía; y él, por su parte, nunca abusaba de su pobreza. tenía para ellos dos prestigios: el de el talento y el de el carácter. conocía sus tierras de un modo admirable, así sus linde, ros, montes y arroyos, como todo cuanto en ellos se movía: toros, vacas, becerros, caballos y yeguas. en un rodeo, entre centenares de animales, sucedía que llamase a alguno de los caporales y le dijese:
— oyes ¿qué se hizo la becerra josca de la oreja gacha?
— ¿cuál, señor amo?
— la hija de la vaca pinta y de el toro americano.
— aquí debe de estar.
— no, hombre, no está.
pasada revista a el ganado, sucedía que, en efecto, no estaba.
su voluntad era inflexible. cuando tomaba una determinación, nunca cejaba. perdonaba a los sirvientes dos o tres faltas; una vez enfadado, los lanzaba de sus dominios, sin que hubiese consideración ni súplica que le hiciesen ablandar se. procuraba ser justo e imparcial para atender las quejas de sus subordinados; pero no toleraba que en ningún caso se desobedeciesen sus mandatos o se le hiciese la más pequeña objeción.
de cuna humilde y apenas iniciado en los misterios de la lectura, la escritura y la aritmética, había se casado con una joven de , que tenía un capitalito de ocho a diez mil pesos. su dulce compañera murió a el dar a luz a su hijo , hoy joven de veintitrés años, dejando le sumido en la desesperación más amarga. nunca volvió a casar se, ni pensó más en mujeres; vivió desde entonces consagrado a el culto de la muerta — de quien llevaba siempre consigo el retrato y un mechoncito de pelo —, a el amor de su hijo, vivo reflejo de la madre, y a la dirección de los negocios, fue prodigioso lo que hizo en la gestión de el escaso caudal de su esposa. a fuerza de energía, talento y honradez, fuele aumentando gradualmente, hasta que acabó por formar un vasto capital, y llegó a ser uno de los más ricos propietarios de la comarca. comenzó por adquirir un terrenito en vecina hondonada; sembró le de cañas y plantó cerca modesto trapiche. fue bien el negocio, y siguió comprando lotes en rededor de el rancho, hasta que acabó por formar una hacienda, el , de extención de doce a catorce sitios de ganada mayor. hizo suyas, a bajo precio, las fracciones, porque el cultivo de aquellas tierras era poco productivo por falta de próxima e importante plaza de consumo; pero muy a poco llegó el ferrocarril a la finca, con rumbo a la capital de el , y apresurando se a ceder a la empresa el terreno necesario para la vía y a hacer le algunas otras concesiones, obtuvo que se situase la estación de en sus dominios, y que fuese bautizada con el nombre de , la que hubiera debido llevar el nombre de el pueblo, ¡pequeñas vanidades de propietario!
asegurado así el consumo de sus productos, canalizó el y dió le corriente a través de la mayor parte de sus tierras, que cubrió de extensos cañaverales. para aprovechar sus dilatados plantíos, levantó una gran fábrica - de azúcar, donde instaló una maquinaria moderna. el día que hizo el estreno de el potentísimo molino, enormes calderas, evaporadoras, defecadoras y tacho prodigioso ( que parecía un mundo de cobre brillantísimo suspendido en la parte más elevada de el salón principal ), organizó un gran festejo a el que concurrieron todos los personajes más notables de el contorno, incluso el señor y el gobernador de el .
como las utilidades correspondieron a los grandes dispendios, fue la fortuna de aumentando rápidamente, hasta el grado de murmurar se entre la gente de la comarca, que pasaba ya de un millón de duros.
decían malas lenguas que esta deshecha bonanza de los negocios de , era la causa de que su compadre y amigo , hubiese concebido secreta inquina en su contra. y como se notara, en efecto, que mientras fue pobre o de mediano caudal, le mostrase grande afecto , y que, a medida que a aquél le iba sonriendo la suerte, se le fué se alejando el compadre, no faltaban, en verdad, fundamentos para aquella sospecha.
tenía un exterior imponente. parecía más joven que , a pesar de ser dos o tres años más viejo. era de estatura mediana, esbelto talle, blanca y sonrosada tez, grandes y bellos ojos y nariz aguileña y bien perfilada. llevaba a el rape el pelo castaño y larga la barba rizada y fina, donde apenas blanqueaban algunas canas. vestía, además, con esmero, a el revés de , quien siempre andaba de negro, con chaqueta de tela ordinaria, chaleco sin abotonar y botas sonoras de grandes cañones. cuidaba de ir conforme a la moda. sus calzoneras de color oscuro, ajustadas a la pierna, lucían botonaduras y cadenillas de plata; miraba se la rica faja de seda aparecer bajo su chaleco, blanco casi siempre; la chaqueta era clara, de chevio te finisimo y corte irreprochable. la variedad de sus sombreros era proverbial. tenía los, de jipi-japa, chambergos y de palma con grampas y galones.
montaba briosos y gentiles caballos en sillas siempre nuevas y cubiertas de planchitas argénteas, formando contraste también en esto con , que acostumbraba cabalgar en una mulita prieta, viva y de rápido y blando paso, que casi no le sacudía a el devorar la distancia.
tenía, en fin, , un aspecto avasallador, , era verdaderamente majestuoso; pero visto por su parte psíquica, era un pobre hombre, que no alcanzaba más allá de sus narices. tan descuidado en su educación como , no tenía perspicacia como éste, ni reflexión, ni buen criterio; todo lo veía a el través de un velo confuso, sin formar idea clara de cosa alguna, el instinto de su pesadez intelectual, había se vuelto falso y desconfiado, juzgando que le bastaban estas armas para derrotar a los más hábiles en la batalla de los negocios. condiscípulo de escuela de , había les ligado estrecha amistad desde muy niños. y los lazos de su afecto habían se apretado con motivo de el matrimonio contraído por con una parienta próxima de su amigo, llamada ; pero, cosa rara, ni por eso, ni por nada, habían podido tutear se.
nunca hubiera logrado tener entre manos grandes negocios, a no ser por el fallecimiento de un tío acaudalado, quien le dejó por herencia la vasta hacienda de el , colindante de el . era también azucarera aquella finca: así es que por la semejanza de el humilde origen de ambos agricultores, por el bienestar adquirido por ellos más tarde, y por la contigüidad de los inmuebles e igualdad de los giros, había se despertado la emulación poco a poco entre los dos amigos. no es la emulación pasión perversa cuando sirve de acicate a el esfuerzo mayor y a el anheloso y honrado trabajo; antes virtud saludable y elemento de progreso y bienestar. tal había sido la que había sentido; pero había ido pasando gradualmente, sin que jamás se diese cuenta de ello su oscurísima conciencia, de la emulación a la ruin envidia, que es tristeza de el bien ajeno y deseo de arrebatar lo a quien le disfruta. desde aquel punto y hora comenzaron a desvelar a los progresos de la fortuna de , en términos que la gente llegó a advertir lo, por más que el envidioso procurase disimular lo; y ni los lazos de la antigua amistad, ni el compadrazgo que contrajeran en días de verdadero afecto y concordia — pues había llevado a , hija de , a la fuente bautismal —, ni las consideraciones sociales, ni el bien parecer, ni cosa alguna divina o humana, fueron ya parte para contener el desbordado torrente de su secreto enojo.
y como le conociera el pie de que cojeaba, el . . vecino de el pueblo, se dio desde luego a explotar aquella veta de pleitos, haciendo le creer que tenía usurpada una parcela de sierra, llamada , perteneciente a el . cayó la idea en espíritu bien preparado para recibir la. en realidad, sólo esperaba algún motivo, grande o pequeño, para romper lanzas con su amigo; de modo que cogió la ocasión por los cabellos, como suele decir se, y con el anhelo de ensanchar su hacienda y de justificar su conducta, que por instinto conocía que no era buena, acabó por creer a pie juntillas el aserto.
así fue que, a el fin de algún tiempo más o menos largo, de lucha interna, presentó su reclamación en toda forma a el asombrado . tenía éste sus papeles en regla. con toda lealtad mostró los a su amigo; pero ¿qué entendía de aquellas cosas? ni siquiera alcanzaba a leer bien las escrituras. asesoró se en tal conflicto de , y el ilustre halló, por de contado, mayores comprobantes que los que ya tenía, de la usurpación de el , en aquellos instrumentos, y tomó abundantes citas y notas con ocasión de ellos, para apercibir se a la demanda de reivindicación.
con tal motivo entibiaron se mucho las relaciones de y ; pero como pasó algún tiempo desde la exhibición de los títulos, y nada se había vuelto a hablar sobre el asunto, creyó que su amigo desistía de su propósito, y fue apaciguando se poco a poco su ánimo, hasta olvidar sus resentimientos y volver a sentir afecto hacia . grande fue su desencanto por lo mismo, cuando oyó de boca de aquellas crueles palabras: eso no quiere decir que usted se quede con lo mío. ¡qué modo de amigos!
pronto, empero, recobró el aplomo, y repuso con voz serena:
— compadre, no es usted justo; no merezco que diga eso de mí.
— obras son amores y no buenas razones.
— ¿pues qué quiere que haga?
— que me entregue el .
— sólo que quiera que se lo regale...
— con eso me ofende. yo no quiero nada dado, ni lo necesito; pero tengo derecho para exigir le que respete mi propiedad.
— pero hombre ¡qué propiedad va usted a tener en ese terreno! lo compré con mi dinero. ya le enseñó mis papeles.
— no valen nada sus papeles. el licenciado los vio y dice que no valen nada.
— ¿qué licenciado?
— el señor . .
— no le haga caso, compadre. es un buscapleitos que revuelve el agua de propósito para ver qué pesca.
— no puedo permitir que hable usted de ese modo de el señor licenciado. haga me favor de tener le un poco de más consideración.
— a mí no me importa nada el licenciado.
— doblemos, pues, la hoja, y diga me usted categóricamente si me ha de entregar o no el por la buena.
— ni por la buena ni por la mala.
— ¿con que no?
— lo dicho: ni por la buena ni por la mala.
— eso ya lo veremos.
— como usted guste.
— después no se queje de que no le guardo consideraciones. antes de todo, he querido brindar le con la paz...
— exigiendo me que me rinda a discreción... ¡me gusta la paz!
— ahora, para que no crea que le ataco a traición, le advierto que he de recobrar el terreno como pueda. se lo aviso para que esté preparado.
— ya sabe que no me sé asustar con el petate de el muerto. haga lo que quiera; verá si me defiendo.
— ya se lo aviso... después no se sorprenda... — terminó cortando el coloquio, que era casi un altercado, y bajando las gradas de el corredor para tomar el caballo.
— no tenga cuidado — repuso con sorna, acompañando le hasta abajo de las gradas — no tenga cuidado...
arregló se la barba con ambas manos, empuñó la rienda, montó, espoleó a el animal y se despidió de diciendo:
— ya nos veremos, compadre.
alejó se a buen paso, seguido a corta distancia por su mozo , a tiempo que repetía a su espalda como un eco:
— ¡ya nos veremos!
siguió con la mirada buen espacio a los jinetes que se alejaban, dejando ver en ella retratados los sentimientos de indignación e incertidumbre que le embargaban el ánimo. preocupaban le aquellas palabras enigmáticas y amenazadoras: le advierto que he de recobrar el terreno como pueda; se lo aviso para que no se sorprenda. ¿qué significaban? ¿qué se proponía hacer ? si era ocurrir a los tribunales con su pretensión, tenía lo esto sin cuidado, pues disponía de sobradas armas legales para su defensa. ¿qué otra cosa podía ser? no alcanzaba a colegir lo. entre tanto frieron se perdiendo de vista los jinetes, hasta que acabaron por esconder se entre los árboles de la cañada, en el cercano puerto de los cerros.
a poco, fue ya pleno día. había se elevado el sol radiante sobre la cresta de la sierra, y su globo enorme y rubicundo destacaba se deslumbrador en el espacio, agitando en la atmósfera su cabellera de lumbre. a el ver le tan alto, se acordó de que era hora de el desayuno, y a través de los corredores y patios se dirigió a el comedor, vasta sala iluminada por grandes ventanas que daban a la huerta. por sus cristales distinguía se la masa verde oscura de las plantas y de los árboles, y entre le follaje, rojas naranjas pendientes de ramas cubiertas de azahar. el rocío matinal había lavado las hojas, que se ostentaban limpias y espléndidas. en su tersa superficie temblaban gotas de aljófar, que heridas por la luz brillaban como piedras preciosas. las aves acabadas de despertar revoloteaban en las frondas: columpiaban se en las ramas flexibles, aleteaban abriendo los picos sonrosados y llenaban el espacio de sus píos regocijados y argentinos.
ocupaba el centro de el comedor larga mesa de pino, cubierta por albo mantel esmeradamente planchada. la limpia vajilla brillaba sobre él artísticamente, y las sillas también de pino, con asiento de tule, esperaban colocadas en derredor. a un extremo de la vasta pieza, se destacaba el enorme aparador cargado de platos, tazas, copas y vasos. veían se por las paredes cuadros de antigua moda, que representaban escenas de el , con explicaciones a el calce en francés y en español. a el opuesto extremo había un crucifijo de bulto, barnizado, y a sus pies una imagen a el óleo de la , aprisionada en viejo marco dorado en otro tiempo, y ahora ennegrecido y descascarado por, la acción destructora de los años.
— ¡ ! — gritó —, ¡el desayuno!
— voy, señor — respondió la vieja cocinera asomando el rostro por el estrecho ventanillo que comunicaba el comedor con la cocina.
sonó la campana de llamada, y a poco acudieron , el tenedor de libros, el administrador de la hacienda y el maquinista.
un mozo bien presentado, mestizo de raza pura, como hijo de , cacique, y de , criolla. moreno más que blanco, de ojos negros, pelo fino y algo rizado. parecía se a su padre en la nariz corta y astuta, y a su madre, según la opinión de amigos y parientes, en la mansa y dulce sonrisa. comenzaba a formalizar se el bozo sobre su labio superior, y aunque era por naturaleza bien barbado, rasuraba se toda la cara para dejar libre desarrollo únicamente a el varonil bigote, que anunciaba ser fuerte y poblado. la raya negra que le dibujaba aquel apéndice en la mitad de el rostro, armonizaba de graciosa manera con sus pupilas de color oscurísimo y con el rojo mate de su boca bondadosa y expresiva.
es rutina entre gente rústica, querer que los hijos sigan carreras literarias. sin duda, acaso, porque el hombre de campo, aun siendo rico, suele padecer numerosos engaños y bochornos durante la vida, nacidos de su falta de trato e ilustración; siente anhelo vivísimo de que sus descendientes salgan de la penumbra intelectual y social en que él se ha agitado, y florezcan en esfera más brillante y prestigiosa, esperando de ellos ayuda, consejo y fortaleza. mas no era hombre de dejar se llevar por la rutina; en todo se atenia a sus propios juicios y pensaba con su cabeza.
— ¿qué hago yo — decía — con un licenciado en casa? para nada lo necesito. si llego a necesitar le, podré valer me de alguno de los muchos que hay en la ciudad. lo que me hace falta son segundas manos que me ayuden a dirigir este negocio, que va siendo muy pesado para mí solo. cuando me muera, si no sabe girar el rancho — así llamaba a la hacienda — todo se lo llevará la trampa, y se quedará pobre mi hijo en un decir .
por consiguiente, le dedicó a la agricultura, como era lógico, para que en todo fuese su heredero. esto no impidió que le mandase a la capital durante cuatro años, con el fin de que se instruyese en cosas útiles para su negocio. y como era de inteligencia, fácil y buena memoria, y como tomó los estudios por lo serio, supo aprovechar el tiempo, y a el cumplir los diez y ocho años, volvió a la hacienda sabiendo francés, inglés, teneduría de libros, historia y un poco de física y química, con lo que tenía bastante para ser, como decía su padre, un ranchero ilustrado. además de esto, leía constantemente libros y periódicos, y estaba a el tanto de lo más notable que pasaba en el mundo de la política, de las ciencias y de las letras; no de un modo profundo, pero sí bastante para hacer le vivir en las amplias y cosmopolitas esferas de el mundo moderno. como , a su modo, era también amigo de instruir se, pasaban padre e hijo largas horas reunidos, haciendo lecturas en común y disertando sobre ellas.
la equitación, la caza y la vida activa habían desarrollado el vigor físico de el joven. no había en los contornos quien como él se tuviese sobre el lomo de los potros serranos, o de los toretes recién herrados, ni quien supiese echar el lazo con mayor seguridad y donaire a la cabeza y patas de la res, ni quien la derribaba se con mayor prontitud a carrera tendida cogiendo la por la cola, ni quien con igual destreza se apease de un caballo a escape, apoyando se en las ancas de los cornúpetas. era famosísimo por sus suertes y habilidades rústicas; por lo que su padre le aplaudía, y hablaba de él con orgullo.
— ¡no hay quien lace como ! — decía. o bien: para jinetear, mi hijo. o bien: ¡donde torea el muchacho, nadie se pára! pero a la vez, sentía gran sobresalto a el ver le expuesto a tantos riesgos como trae aparejados el ejercicio de todas esas habilidades, y a solas, y bajo reserva, le recomendaba encarecidamente que no las practicase.
— a el fin y a el cabo — le decía —, todas esas fruslerías de nada sirven. sé de muchos hacendados que hacen primores de ese jaez, y que no conocen su giro, ni se ocupan de él, por andar traveseando y haciendo oficio de caporales. en lo que tenía razón de sobra el reflexivo .
el caso era que, mediante esta educación armónica de alma y cuerpo, daba gusto ver a tan lucido y despierto en la conversación, como en el escritorio; así en el campo, como frente a los motores y calderas de el ingenio.
falta nos decir, para terminar este asunto, que padre e hijo se querían entrañablemente. los sentimientos nobles, levantados y afectuosos de el corazón de el joven, mostraban se en toda su generosa expansión, en su amor a . cuidaba le como a un niño.
— padre — le decía —, no te asolees tanto, no vayas a enfermar te. no trabajes tanto; demasiado has trabajado ya. deja me todos los quehaceres a mí solo.
y le envolvía en el sarape cuando llovía; y marchaba por delante de él para mostrar le el mejor camino y apartar le las ramas espinosas que pudieran herir le; y le servía en todo lo que le era posible con una solicitud, una sencillez y una ternura, que eran para dar gracias a . recibía aquellas manifestaciones de cariño filial con lágrimas de ternura en los ojos.
y como no hay en esta vida nada más puro ni hermoso que esos amores, descendentes de los padres a los hijos, como la luz, y ascendentes de los hijos a los padres, como el incienso; el cuadro de aquella concordia, dulzura y afecto, era por todos contemplado con profunda y seria emoción, casi con recogimiento y respeto. porque así como es feo y repulsivo un grupo de familia desunido y áspero; así también es bella y seductora una agrupación de esas, ligada por apretados vínculos de estimación, movida por impulsos abnegados y abrasada en vivas llamas de amor. las manifestaciones de su cariño filial, habían granjeado a universales simpatías. la humanidad por instinto honra a los hijos buenos y detesta a los malos. ¿qué se puede esperar de el hijo ingrato? ¿a qué bienhechor se deben mayores beneficios que a los padres? ellos nos dan, aparte de la vida, consejo y fuerzas para la lucha. si estos bienhechores casi divinos no hallan gracia, a nuestros ojos ¿quién podrá hallar la? nadie sin duda. el alma reproba de el mal hijo está predestinada a todos los crímenes. debe huir se de él como de la peste, pues son impuro su contacto y emponzoñada la atmósfera que le rodea. mas en la frente de el que ama a aquellos que le dieron el ser, brilla la luz apacible de los ángeles, señalando le entre los hombres con marca gloriosa.
el tenedor de libros era un jovenzuelo venido de la ciudad poco hacía, y discípulo de un famoso maestro de contabilidad mercantil. , regordete, lampiño y con abundantes cicatrices de viruelas en el rostro, tenía cierto aspecto de gato sarnoso que daba lástima. lo hirsuto e indómito de su pelo, insensible a los estímulos de la pomada y de la bandolina, acababa de acentuar su semejanza con ese felino. , que era su nombre, o , como en la hacienda se le llamaba, era muy pulcro y mirado en toda su persona. aunque no salía de el despacho sino los domingos por la tarde, y a las horas de comer y dormir durante la semana, nunca dejaba de acicalar se con esmero, cepillar se la ropa y dar betún a el calzado. era una especialidad en cuellos y puños de camisa, botones y corbatas, de todo lo cual tenía una variedad enorme. así lograba , por medio de un gran cuidado de sí mismo, hacer se tolerable a la vista, por lo lavado, limpio y bruñidísimo que siempre aparecía, como si fuese de latón o plata repujada. las muchachas de la hacienda decían que la punta de la nariz de presentaba siempre un punto brillante, como las cucharas acabadas de limpiar con tiza. pero bien sabía el pobrete lo que se hacía. si con tantos afeites se mostraba tan destituido de gracias; ¡qué hubiera sido de él, si no se hubiese cuidado tanto! por lo demás, era un buen chico, diestro en números, cumplido con sus deberes y atento en demasía.
el administrador de la hacienda, , era un ranchero a carta cabal, de esos de pan pan y vino vino. , de atezado rostro, pelo castaño y patilla española, representaba a maravilla el tipo de la gente de su clase. a pie, era hombre perdido. andaba despacio y a disgusto. sus piernas enarcadas hacia las rodillas, tenían forma de paréntesis, sin duda por la costumbre de cabalgar, y eran torpes para la marcha; pero una vez sobre los lomos de el caballo, era tan listo como el mejor maestro de equitación. no descendía de su cabalgadura sino para dormir y comer; el resto de el tiempo pasaba lo a horcajadas sobre ella. no se concebía a sino a caballo, como si fuese un centauro. jamás vestía traje que no fuera de piel de venado o cabra, más o menos adornado con bordados y botones de plata, según la gravedad de las circunstancias y la importancia de las fiestas. siempre decía verdad, y era tan inocente que todo le sorprendía; lo que no obstaba para que fuese en el desempeño de su encargo, malicioso, ladino y disimulado. para , a quien conocía y servía desde hacía veinte años — una tercera parte de su vida —, era el eco de todas sus voluntades. a , a quien conoció pequeñito, quería le como si fuese su hijo, tanto más cuanto que él, , era soltero impenitente, sin asomo de pesar por no haber se casado, ni de afán tardío por contraer matrimonio.
el maquinista era un americano llamado , de rostro bermejo, pelo rubio pálido tirando a blanco, bigote afeitado y barba a la estrambótica manera de el presidente . de pocas palabras y flemático, cumplía su deber con exactitud y no se ocupaba ni preocupaba por ninguna otra cosa.
sentaban se esas cuatro personas de ordinario a la mesa de , y digo de ordinario, porque solían acompañar le asimismo los huéspedes o compradores de productos, que pasaban de vez en cuando uno o varios días en la casa de la hacienda.
ocuparon, pues, su sitio los comensales conforme a el orden acostumbrado, fueron apareciendo la humeante cafetera, la olla de leche espumosa, la carne asada y los frijoles apetitosos, llenando de varias y sanas fragancias el recinto.
— temía no llegar a tiempo — dijo con tono alegre.
— pues ¿dónde andabas? — le preguntó .
— fui a bañar me a el , padre. ¿no me oíste cuando me levanté?
— ¿a qué horas?
— a las cinco.
— ¡cómo te había de oír si ya estaba en el corredor tomando el fresco!
— creía que aún dormías, y salí de puntillas. está visto que no puedo igualar te en lo madrugador, ni el día que hago milagros.
— di me, hijo ¿viste la presa?
— sí, padre, me detuve un rato cuando pasé por ahí.
— ¿es cierto que se está reventando?
— no; lo único que sucede es que el terraplén de tierra que da fuerza a el muro de cal y canto, se ha agrietado. por hoy no hay riesgo; pero es preciso reparar lo cuanto antes.
— ¿diste órdenes para que lo hicieran?
— todavía no, porque quise consultar te.
— da se las a , tú que entiendes más de eso.
— creo que sería bueno — dijo volviendo se a el administrador —, hacer pisonear bien la tierra y revestir bien el bordo, por la parte exterior con una capa de piedras de el arroyo. así quedará más fuerte.
— tienes razón, — repuso —. no se me había ocurrido lo de la piedra, y creo que dará buen resultado. hoy mismo mandaré que comience a hacer se lo que dices.
— ¿no habrá peligro de que reviente la presa? — preguntó con voz meliflua.
— no, hombre — contestó —. ¿tienes miedo?
— ¡cómo no, si coge tanta agua! ¿cuánto mide de largo?
— desde la cortina hasta la cola — dijo como persona bien informada —, más de legua y media.
— ¿y de profundidad?
— eso varía. en el punto más hondo de la cañada, siete varas.
— ¡si se rompiera — pensó en voz alta —, buenas noches te dé !
— el nos ha de librar, repuso . se acababan los cañaverales, y la hacienda, y la fábrica, y todo, porque la presa está cuesta arriba y nosotros cuesta abajo. pero no hay para qué hablar de eso, porque no ha de suceder.
notando que estaba distraído y con cara de mal humor, le preguntó:
— , ¿qué tienes? ¿estás malo?
— nada, hijo, sino que acabo de pasar un disgusto.
— ¿con quién, padre?
— ¡con quién ha de ser, sino con mi compadre , que me tiene metida la puntería desde hace tiempo!
— pues ¿qué pasa?
— vino esta mañana muy de madrugada, como si fuera a caer se el mundo. me cogió en el corredor de afuera, donde estaba muy a gusto tomando el fresco, y de luego a luego, conforme se apeó de el caballo, me movió conversación sobre el maldito . creía que eso estaba ya olvidado y comenzaba a reconciliar me con mi compadre; pero ¡qué se le ha de olvidar, si es más terco que una mula serrana! me preguntó si por fin se lo había de entregar o no, y le contesté que no, porque era mío. entonces me amenazó con medias palabras, que no sé qué querrán decir, asegurando me que se había de quedar con el terreno, por la buena o por la mala, y que después no me sorprendiera de lo que iba a hacer, que por eso me lo avisaba con tiempo.
— y ¿qué le contestaste?
— que estaba curado de espanto, y que me defendería como los hombres.
— bien dicho — saltó el administrador —. ¿por qué nos ha de imponer la ley? y más cuando no tiene ningún derecho. conozco ese terreno, desde hace cincuenta años, y nunca ha pertenecido a el . cuando ña , o tía , como le decían en el rancho, se lo vendió a su mercé, supe por ella de dónde venía y cómo. lo tuvo en su poder cuarenta años y lo había heredado de su señor padre, que fue quien lo compró a un indio de la comunidad de . ¡nomás rigule cuánto tiempo hará de eso! pasa de siglo.
— sabe todo eso mi compadre mejor que usté y que yo — repuso —; lo que quiere es buscar me la condición. el no es más que un pretexto. si no fuera por él, sería por otra cosa.
— puede ser que crea tener razón — objetó —. ¡como es tan tonto!
— ¡qué sabes tú de eso! — saltó con disgusto.
— crea lo o no — prosiguió —, no se ha de salir con la suya, tope en lo que topare.
— ¡tope en lo que topare! — exclamó el administrador con energía, dando una palmada en la mesa.
— es verdad — observó —; pero es triste que se rompa la buena amistad que han tenido tú y por tantos años. y mucho más por eso. ¡qué vale el '
— ¡ya lo creo que no vale nada! me lo vendió por trescientos pesos; suponiendo que hoy por estar crecidos los árboles valga mucho más, no pasará de mil.
— no puede llegar a mil... ¡si es un pedacito de tierra!
diciendo esto miró hacia la huerta a el través de los cristales. sobre las copas de los árboles y a no larga distancia de la hacienda, elevaba se en lo alto de la sierra un cerrito aislado de tupida arboleda; era el .
— supongamos — replicó con viveza —, su pongamos que valga menos de mil, menos de quinientos, menos de cincuenta... ¿qué tenemos con eso?
— que no costea tengan ustedes disgustos por tan poca cosa...
— ¡y cómo lo puedo evitar, si mi compadre es el que me busca ruido! no hago más que defender me.
— hay un medio — articuló con timidez.
— ¿cuál? — preguntó con impaciencia.
— dejar se lo — concluyó el joven con voz insegura.
— ¡sólo eso me faltaba! ¡dejar que hiciese de mí cera y pabilo mi compadre! y ¿por qué? nomás porque es testarudo. con eso me convertiría en el hazmerreír de todo el mundo, y no habría quien no quisiese meter mano en mis cosas. ni me lo vuelvas a decir porque me disgustas...
— dispensa me, lo decía por amor a la paz.
— sí, ya sé por qué lo decías; pero hay cosas superiores a la paz, como son la dignidad y la justicia.
— dice bien tu padre, ; es necesario no dejar se, porque de el palo caído todos quieren hacer leña — exclamó sentenciosamente .
— si mi compadre me pidiese el dado, se lo regalaría con mucho gusto, como le regalé el aquel caballo tan precioso que me trajeron de , y le vendí el toro bramino, sólo porque me indicó que le gustaban. ¿para qué quiero ese cerrito? tengo montes de sobra en la sierra, que me dan toda la leña que he menester. pero ¡pretender que es mal habido el y pedir me lo con altanería, como quien tiene derecho! esto sí no lo puedo sufrir. veremos lo que sucede. de a , el más apolillado se rompe...
los comensales aprobaron con movimientos de cabeza; triste y amostazado pareció sumir se en una dolorosa cavilación.
de pronto levantó se , y aproximando se a una de las ventanas, dijo:
— allá viene el montero a toda carrera. ¿qué habrá sucedido?
a el oír le dejaron su asiento los circunstantes y se agolparon a las ventanas. los ojos ejercitados de los campesinos pudieron distinguir a el montero, que venía a escape, brincando por la ladera, en dirección de la hacienda; , a fuer de cortesano, y , a fuer de yanqui, no lo lograban. seguía con los ojos la carrera de el sirviente, que parecía más bien caer que bajar, a riesgo de rodar cabeza abajo por el despeñadero. a el fin se perdió de vista entre los árboles. pasó como media hora de expectativa, sin que nadie pensara en retirar se: ni a su despacho, ni a la fábrica, ni y a los potreros, ni a el corredor de afuera, centro de su vigilancia y de su observación.
— ¡cuánto tarda! — dijo el tenedor de libros rompiendo el silencio.
— no, — replicó el administrador —, no es demasiado; desde la falda de la loma hasta aquí, se alarga el camino, porque primero hay que bajar mucho y luego que volver a subir. ya no ha de estar lejos...
en esto se oyeron los pasos precipitados de el montero que corría desalado por los corredores. salió a recibir le a la puerta de el comedor.
— ¿qué sucede? — le dijo —. ¿por qué has dejado tu ocupación y corres de esta manera?
— señor amo — repuso el recién llegado con voz ronca —, no he dejado mi lugar, me lo han quitado. y vengo a darle cuenta a su mercé de lo que me ha pasado.
— ¿qué ha sucedido, hombre?
— se lo voy a contar tal como acaba de pasar. estaba yo agora en la mañana debajo de un árbol, cerca de la raya que nos devide de el , cuando repentinamente se me echó encima el señor , a caballo, seguido de cinco mozos y me dijo:
— “¿ eres, hombre?
— — le dije —, pá servir a su mercé.
— ¿y qué haces aquí?
— soy el montero, señor amo.
— ¿por cuenta de quén?
— por cuenta de mi patrón .
— ¿de mi compadre ?
— sí, señor amo.
— en ese caso es como si naiden te hubiera puesto.
— ¿por qué, señor amo?
— porque mi compadre no es dueño de este monte.
— ¡cómo no, si es el que manda y dispone!
— porque me lo ha cogido, desde hace muncho tiempo; pero está dentro de los linderos de el .
— yo no sé de esas cosas; lo único que hago es servir a el señor , que es mi patrón. el me dijo: “anda a cuidar el , pa que naiden se robe la leña. no dejes a naiden que la corte, sino a los que lleven boleta o a los que te paguen a tres centavos la carga”; y ansina lo hago. en lo demás no me meto.
— en ese caso no tienes nada que hacer aquí, porque mi compadre no puede dar órdenes en lo mío.
— yo no sé de quén será el ; pero aquí me puso mi amo y yo por eso estoy.
¡ ya llegó la de largar se; anda muncho!... y me soltó una insolencia.
— no me puedo ir mientras no me lo mande mi patrón, — le contesté.
— ¡ veremos si te vas o no te vas!
— no digo que no me iré; pero hasta que lo diga el señor .
en esto , muy enojado, metió mano a el machete y me dio dos güenos cintarazos, aquí en la espalda, que me la dejaron ardiendo.
— ¿qué sucede? — me dijo —, ¿te largas o no?
— ¿qué hacía yo, señor amo? nomás ponga se en mi lugar y considere. ¡solo, a pie, sin más arma que mi cuchillo, y montado en buen penco, bien armado y con cinco mozos a la retaguardia, bien montados y armados! no podía hacer otra cosa más que tocar parlamento.
— ¡ qué son esas cosas! — le dije —. ya me ve que estoy dado. haga usté lo que quera; no puedo resestile.
— larga te, pues, si no queres que te... y me volvió a maltratar.
entonces tomé mi jorongo, que estaba sobre una piedra, recogí el sombrero que me había tumbado con los cintarazos, y me juí viniendo poco a poco. anduve unos pasos, y aluego que oservé que no me podían ver, me trepé a un árbol a devisar qué era lo que hacían pa da le parte a su mercó, pa que estuviera a el tanto de todo; y vi que el amo se iba a la cuesta abajo en dereición a el , dejando cuatro mozos en el . los sirvientes echaron pie a tierra y amarraron los caballos de las ramas de los árboles, y se sentaron muy a gusto, con ademán de quedar se cuidando el . me bajé y me vine corriendo pa contar se lo todo a su güeña persona”.
hizo el montero toda esta relación con faz descolorida y atragantando se a cada instante. a la fatiga de la carrera, que le había acabado el aliento, unía se en él la intensa emoción por el ultraje sufrido. todo contribuía a dificultar le la respiración y a secar le las fauces. era el pobre un labriego humilde, de rostro cobrizo, enmarañada melena y barba rala y crespa. vestía camisa y calzones anchísimos de manta, que recogía enrollados hasta las rodillas; sombrero de palma y rudimentarios guaraches, que le dejaban a el descubierto los pies, sin más defensa que las suelas. oprimía le la cintura ancha correa de cuero, de la que pendía el cuchillo de monte.
no dijo palabra, aunque mostraba a su pesar en la contracción de el rostro, la sorda cólera que le embargaba. los demás circunstantes continuaron el diálogo.
— ¿cuánto rato hace que pasó eso? — preguntó .
— todavía no hará una hora.
— ¿conociste a los mozos que acompañaban a ? — indagó .
sí, eran , , , y , el mozo de estribo. todos se la echaron de la gloriosa conmigo, calando los caballos junto a mí y mirando me con cara de risa... todos, menos , que se hizo a un lado y nomás miraba de lejos, porque él sí es mi amigo.
— claramente se ve — observó el administrador — que tiene ganas de llegar a los matas, porque todos esos son gentes de pelea.
— la lástima es — prosiguió el montero — que me hubieran cogido desaprevenido y con tanta ventaja. ganas me daban de partiles. pero ¿cómo, si no tenía con qué querelos?
— vale más así — observó ,
— ¡no hubiera sido que le hubiera sucedido a usted una desgracia! — exclamó dirigiendo se a el montero.
— amo — repuso éste — naiden se muere hasta que quere.
— — saltó el maquinista con su media lengua — ¿y usted permita que se queda con las ?
, cuya mirada absorta divagaba por el espacio, pareció despertar a el sentir el aguijón de la pregunta.
— no tenga cuidado, míster - — repuso — no soy de esos. y guardó silencio de nuevo durante algunos minutos.
el montero, entretanto, permanecía en medio de el grupo, con el sombrero en la mano y sin quitar la vista de el rostro enigmático de , quien a el cabo le dijo:
— has cumplido tu deber, y mereces una gala por el susto y por los golpes que has recibido. anda a la cocina a descansar y a echar un taco, mientras es hora de que vuelvas a tu puesto. aquí te dará cuatro pesos y media hanega de maíz, para que te consueles.
— amo, que se lo pague: no es pa tanto...
— anda, ve te a la cocina.
— con licencia de sus mercedes — dijo el montero dirigiendo se a el interior de la casa.
cualquiera otra persona en lugar de , habría, tal vez, prorrumpido en imprecaciones y amenazas y armado gran escándalo; él, por el contrario, pareció recoger se mucho más que de costumbre dentro de sí mismo, y no abrió los labios para soltar una frase, ni para comentar los sucesos, ni para indagar el parecer de los circunstantes. estos, conociendo su carácter, guardaron silencio también sin atrever se a otra cosa más que a interrogar se con los ojos.
— vamos nos a nuestros quehaceres — ordenó luego —; no vale la pena que entremos en desorden y fallemos a el trabajo por eso.
con este toque de dispersión, cada uno se fue para su lugar, menos .
parecía no ver le, fijos los ojos en el vacío.
— padrecito — le dijo con acento casi infantil, después de un rato de inútil espera —. ¿qué vas a hacer?
— no sé todavía, estoy pensando...
— ¿me prometes no disgustar te si te doy mi parecer?
— di lo.
— si estuviese en tu lugar...
— abandonabas el terreno — interrumpió irónicamente.
no, padre, montaría a caballo en este momento y me iría a la ciudad a hablar con mi apoderado el licenciado .
— ¿y después?
— haría lo que él me aconsejara.
— está bien: ya me lo dijiste.
— ¿no me respondes nada?
— ¿qué quieres que te responda? te repito que se hará lo más conveniente. ¿no te satisface?
comprendiendo que si prolongaba la conversación podría enfadar a su padre, se limitó a contestar con dulzura:
— ya sabes, padrecito, que me parece bueno cuanto mandas.
y se retiró prudentemente.
era la habitación de una sala de altos muros enjalbegados a el estilo campestre, con vigas fuertes y rectas, y en el fondo, dos ventanas con vista a la contigua sierra. en un rincón la cama de madera, cubierta con pabellón de ligeras cortinillas, para evitar el ataque de los mosquitos; a un lado un piano vertical; a el otro un estante de libros; en medio, una mesa de carpeta verde con recado de escribir y periódicos; y por los rincones, lucida colección de armas, rifles de , escopetas de caza y espadas en vainas de cuero. junto a el lecho, clavado en el muro, un hermoso crucifijo guatemalteco de atrevida estructura, violáceo y acardenalado el cuerpo, contraídos y salientes los músculos, desgarradas las espaldas, medio velado el desfallecido rostro por la profusa y desordenada cabellera y bien hincadas en la frente las agudas espinas de la corona tinta en sangre bendita.
sobre el buró, y aprisionado en elegante marco de peluche azul, el retrato fotográfico de una joven hermosa.
todo clamaba en aquella estancia juventud e ilusiones.
en la época feliz en que se sueñan mundos de dicha; en que se ven alegre y risueña a el luz, llena de encantos la existencia, buena la humanidad y fácil de conquistar se la gloria; y en que el corazón emocionado palpita como parche guerrero que bate marcha triunfal.
no bien entró el joven en su cuarto, cerró tras sí la puerta, y, tomando el retrato, fuese a contemplar le buen espacio cubriendo le de besos apasionados. , la hija de ; la amada de su corazón, la adorada de su alma. no recordaba desde cuándo la conocía; desde que tuvo uso de razón halló se cerca de ella, y creció a su lado natural y dulcemente, como si hubiera sido su hermano. parecía le ver la ahora mismo, todavía pequeña, vestida con trajecitos blancos, siempre blancos como la nieve. , a pesar de sus pocos años, nunca los ensuciaba; era admirable cómo andaba siempre limpia. parecía que no entraba en contacto con los cuerpos, según se conservaba de nítida. era la admiración de todos. ¿en qué consistía que no se manchaba nunca? los demás niños de su edad, apenas vestidos de limpio, quedaban hechos una lástima, llenos de lodo y tierra, y cubiertos de lamparones de pies a cabeza; sólo ella salía de la gresca infantil, radiante de blancura. aquel fenómeno exterior estaba en perfecta armonía con su modo de ser interno, dulce y casto. no recordaba haber la visto una sola vez alterada ni violenta, ni había observado en sus ojos o en sus palabras, algo que no fuese el más puro candor y la más angelical inocencia. la dulzura y bordad de su alma irradiaban en torno con tan vivos fulgores, que todo lo vencían y sojuzgaban. donde quiera que se presentaba, tenía su lugar aparte. de niña, la respetaron las demás niñas; de joven la respetaron cuantos la rodeaban. las risas descompasadas, las palabras mal sonantes, las murmuraciones, todo lo irregular y excesivo parecía como que se avergonzaba de presentar se delante de ella; a su llegada a cualquier reunión donde hubiese conversaciones poco convenientes, abandonaban se por instinto los asuntos escabrosos, y tomaba la plática giros más moderados. ¿por qué? nadie se lo explicaba, pues , lejos de ser imperiosa, hipócrita y taciturna, era de una suavidad extremada, sencilla y natural en el trato, alegre y comunicativa en palabras. sólo que todo lo hacía con tal asiento y reposo, con tanta modestia y blandura, que daba pena, sin comprender lo, ser rudo y malévolo delante de ella; era feo y antiestético ofrecer el contraste de lo peor, en presencia de aquella naturaleza tan santa. cuando, por excepción, oía palabras duras contra alguna persona, salía luego a la defensa de el ausente; pero con tanta moderación, que no había medio de replicar le, porque sus frases no servían tanto para demostrar la injusticia de el ataque, cuanto la inagotable bondad y nobleza de el corazón de la defensora.
los padres de ambos jóvenes habían los acostumbrado a ver se y tratar se con la casta intimidad de la familia; y en mejores días, cuando aun no eran ricos y estaban ligados por vínculos de sincera amistad, llegaron, acaso, a pensar en la conveniencia de que se amaran aquellos niños, para que sellasen con su eterna unión, las protestas de leal afecto que aquellos se habían hecho tantas y tantas veces. ¡cuántas había dicho a : “para mí no hay diferencia entre y tú; los dos son mis hijos!” por su parte tenía adoración por la niña. como era a la vez su tío y padrino, y amigo de su padre, veía la con doblada ternura, y, tanto como a , había le comprado golosinas y juguetes cuando chicuela, y más tarde, joyas y trajes, para los días terribles y fiestas de el año. por cariño, porque así la decía cuando pequeño, porque no podía pronunciar el nombre con claridad.
preparadas así las cosas, y habían se amado sencilla e inconscientemente, a el impulso de las circunstancias y de sus inclinaciones naturales, como barcas llevadas por corriente mansa, entre vegas floridas y risueñas márgenes. llegada la adolescencia, cuando comenzaron a despertar se en sus almas los pensamientos amorosos, como las aves de el bosque a el despuntar de la. aurora, fuese haciendo más intenso el afecto que los ligaba, aunque no aclarado e inconfeso. quizás hubieran se deslizado largos años de esta manera, sintiendo mutuamente los jóvenes que se querían, pero sin decir se lo, por ser cosa habitual y sobreentendida, a no haber intervenido una circunstancia casual, que les obligó a poner los puntos sobre las íes, como suele decir se. , mayor que como cuatro años, tenía diez y seis por entonces. comenzaba a cambiar le la voz atiplada de niño, en acento varonil, bronco y grueso, con gran diversión de , que le bromeaba por los gallos que soltaba a cada paso. principiaba a acentuar se le el vello en la cara, semejante a el de los albérchigos maduros: estaba crecidito, vestía trajes de hombre formal y montaba caballos briosos. vino de la ciudad a pasar vacaciones en , y no hacía más que pasar se los días muertos en la casa de . , cuya índole guardaba perfecto acuerdo con su nombre, y que le quería entrañablemente, le recibía con muchísimas mieles; pero se mostraba serio y le trataba con alguna sequedad. se hacía el sueco y continuaba como si tal cosa. pero he aquí que el día menos pensado se encontró con que le aguardaba a la puerta de la casa y le hacía entrar en su despacho.
— habrás observado — le dijo — - que me muestro serio contigo desde hace días.
— sí ¿por qué, tío ?
— porque has crecido mucho y debes conducir te con mayor discreción. es verdad que te quiero como a mi propio hijo; pero esto no quita que seas sólo mi sobrino político. quería hablar con tu padre sobre esto; pero he preferido decir te lo a ti para evitar sentimientos.
— no comprendo. — repuso el mancebo.
— ¡hombre, pues hay que decir te las cosas claras!
— sí, señor, si usted me hace el favor...
— ¿no comprendes que está también hecha una mujercita y que no conviene que te vivas en mi casa?
— pero esto no es nuevo; nos hemos criado como de la familia.
— es verdad, mas habiendo cambiado los tiempos, deben cambiar las costumbres. quiero evitar las críticas de el pueblo. no falta quien se chunguée conmigo dando me bromas que me lastiman.
— ¿de modo que ya no quiere usted que venga a su casa?
— no digo tanto: sino que no te vivas en ella. ven menos: por ejemplo, una vez a el día; en la mañana o en la tarde, tú sabrás a qué horas, acompaña nos a comer únicamente jueves y domingos, y el resto de el tiempo, pasea, visita a otras personas, monta a caballo y sal a el campo.
— está bien, señor.
— oyes, me vas a hacer el favor de no decir le nada a tu padre; no quiero que se moleste conmigo.
— no tenga usted cuidado.
diciendo esto el joven se dirigió a la calle.
— no — le dijo , empujando le a el interior de la casa —; que comience el arreglo desde mañana.
entró en la sala, donde se hallaban y , bordando inclinadas sobre altos bastidores. en lo marchito y agobiado de su fisonomía y en el obstinado silencio que guardaba, echaron le de ver la tristeza.
— algo tienes, — le dijo con tono maternal.
— no, señora, no tengo nada.
pasado un rato, observó :
— de veras, mamá, algo tiene ; está muy extraño.
— no lo creas — repuso éste.
como el silencio continuó a pesar de los esfuerzos de la madre y de la hija, la niña, con la voz musical que había recibido de , le preguntó rotundamente:
— ¿qué te pasa? si no nos lo dices, nos vamos a poner furiosas mi mamá y yo. y clavó en los ojos de el joven los rayos de sus dulces y serenas pupilas, donde había una interrogación envuelta en una súplica.
no pudo resistir, y después de haber se asomado a la puerta para persuadir se de que no le oía , refirió la escena que había acabado de pasar.
— ¿qué le habrá sucedido a papá? es muy raro... — observó .
se había puesto pensativa.
— hace siempre lo mejor. — dijo —. no había yo caído en la cuenta; pero la verdad es que tiene razón. puedes estar seguro, , de que no lo ha hecho porque te tenga poco cariño, pues te quiere mucho; sino sólo por evitar críticas.
— ¿pero críticas de qué, mamá? — preguntó ingenuamente.
— de nuestro modo de conducir nos.
— no hacemos nada malo.
— ya se ve que no; pero, como dice el adagio, vale más hacer cosas malas que parezcan buenas y no buenas que parezcan malas.
— bueno, mamá; pero para eso es necesario hacer algo que parezca malo...
— como lo hacemos nosotros.
— ¿cuándo? ¿cómo? — preguntó .
— niño, con esto de que te pases todo el santo día con nosotros. ¿te parece poco?
— ¡pues si esta casa es como mía!
— pero ahora no son ustedes ya unos chiquillos como antes. tú y comienzan a poner se formalitos.
— es lo que me dijo mi tío... ¿y qué?
— qué pueden decir de ustedes...
— ¿qué pueden decir, mamá?
— vamos, pueden decir que son novios.
— ¡qué atrocidad! — exclamó la niña poniendo se roja como amapola —. eso no es cierto, ¡ni quien lo piense!
se quedó confuso, sin saber qué decir.
— y de y de mí — prosiguió la buena señora — pueden decir que somos padres consentidores.
los adolescentes guardaron silencio, abrumados a su pesar por la justicia de la observación.
— así es que están muy bien las cosas como las ha arreglado. vienes todos los días — dirigiendo le a —, nos haces una visita, y santas pascuas. jueves y domingos te quedas a comer, y hacemos días de fiesta; pero los otros... te retiras un poquito, y les cerramos la boca a los maldicientes.
— bueno — repuso el joven — todo se hará como ustedes lo quieran; pero no por satisfacer a la gente, sino a ustedes...
— haz lo, y que sea por una cosa o por otra, tanto da.
de allí a poco se despidió .
no pudo conciliar el sueño aquella noche, preocupado con lo que le acababa de pasar.
¿quién se había de figurar, — pensaba — que fueran tan malignas las gentes que sospechasen que su amistad con sus tíos y con su prima fuese interesada? ¿no sabían que sus padres eran amigos íntimos? ¿que era su tía? ¿que era su prima? ¿no los habían visto siempre juntos, desde muy pequeños, como formando una sola familia? ¿por qué, pues, sospechaban de su trato? ¡no cabía duda: la sociedad era muy mala!
por cierto que nunca le había pasado por las minies que pudiera ser su novia. es verdad que la quería; pero con absoluto desinterés, como si fuese hija de sus propios padres. por otra parte, estaban todavía muy jóvenes para pensar en esas cosas. era preciso que acabasen de crecer, para que luego se ocupasen de embelecos y amoríos. y de aquí a entonces, ¡sabe qué sucedería! tal vez él se prendaría de alguna otra guapa chica, de tantas como había en la capital; como la hija de su maestro de inglés, por ejemplo, que era una jovenzuela de lo más gracioso y zandunguero que había conocido. ¡a el fin hija de yanqui y de mexicana! ¡qué preciosa resulta la mezcla de nuestra sangre ardiente y morena, con la gélida y color de grana de nuestros vecinos de el ! y por cierto que — así se llamaba la hija de su maestro —, le echaba unos ojos que, vamos, sin jactancia, podía asegurar que eran de invitación amorosa... y por lo que hace a , bien podría ser que se enamorara de otro joven... ¿pero, de quién? ¿quién estaría abocado para ello?... y se puso a pasar en revista a todos los mancebos conocidos de y de las cercanías. ¿ , el hijo de el presidente de el ? no, era demasiado viejo para ella. ¡cómo que había cumplido ya los veinticinco años! ¿ , el sobrino de el señor cura? ni pensar lo; era un monago tímido, consagrado a ayudar misas y a apuntar les el sermón a los predicadores. ¿ , el sobrino de el dueño de la tienda de la “ ”? tampoco; era un borracho, un perdido, no podía ser de el agrado de ... siguió recorriendo la lista de sus amigos de más viso y a el fin se detuvo lleno de sobresalto: se había acordado de . ¿ ? sí, él podía ser. en aquel momento se le representó a el vivo, como si le tuviese delante. ¡qué bien presentado era! tenía cutis de blancura mate, y tan fino como el de una dama aristocrática. sus ojos color de acero lanzaban reflejos luminosos; destellos sin duda, de el singular talento con que le había dotado la naturaleza. hermoseaba le la cabeza dorada melena sobriamente rizada, cuya belleza era popular en el pueblo. el fino bigote, que engomaba y retorcía airosamente hacia los extremos, daba le el aspecto más pulcra y elegante que fuese dable imaginar. era un todo vivo trasunto de los guapos caballeros de las ciudades; finos, delicados, correctamente vestidos, deliciosos en el trato y galanes y corteses en amores.
era hijo de el español , propietario de la hacienda de la , ubicada junto a , a el otro viento de el . había le mandada a desde pequeño, para que hiciese allá sus estudios, y había vuelto de edad de diez y ocho años, convertido en un gallardo mozo, por el cual se desvivían las jóvenes casaderas de . y no por eso era soberbio, ni fatuo. por sus modales bondadosos y sencillos, hubiera se creído que jamás había salido de el lugar; sólo su pronunciación silbante y correcta, a el uso de , recordaba que había pasado largos años fuera, no sólo de , sino de la .
hacía memoria de que una tarde, paseando a caballo por las calles de el pueblo en compañía de , había observado que éste procuraba dirigir la marcha con frecuencia rumbo a la casa de , y que, durante su conversación, varias veces le había hablado de ella y de su familia, pidiendo le pormenores de su carácter y costumbres con interés especial. a el oscurecer, conforme llegaban él y su amigo a la vista de la casa de la joven, asomaron se a la ventana y , y él, , hincando las espuelas a su caballo grullo, había ido a saludar las con el sombrero en la mano. entonces les hizo la presentación de , su mejor amigo, y éste, a pesar de su mucho trato y envidiable desplante en todas ocasiones, se puso muy encendido, y balbuceó con torpeza las frases sacramentales que en esos casos se emplean. tal circunstancia llamó la atención a todos. se preguntó qué le pasaría a su amigo que se había vuelto tan corto, y le objetó a el día siguiente:
— ¿no decías que no había en el pueblo persona tan animosa y cortesana como ?
— en efecto; así es, .
— ¡qué ha de ser! ¡si parece un colegial! ¿no viste anoche cómo se le encendieron las orejas cuando nos lo presentaste?
— es caso raro, nunca le pasa.
— pues ¿por qué sería?
— cosas de el humor. unas veces está uno por no tener vergüenza, otras se vuelve muy huraño... a todo el mundo le sucede; pero ya te digo, es persona de sociedad, en la extensión de la palabra.
y por cierto que es muy simpático, — había opinado ingenuamente.
— esa es otra cosa, — había proseguido —; no se puede negar que es el más buen mozo de el pueblo,
— no tanto, — había replicado él, contrariado sin saber por qué.
— no tanto, — había repetido riendo —; tiene razón . ¿luego él dónde se queda?
— yo no decía nada de , — había contestado la niña —; me refería a los demás jóvenes.
desde aquel día, había sentido secreta e inexplicable repulsión hacia . procuraba reprimir se y no darla a conocer; pero sin poder lo remediar, frecuentó menos su trato, y nunca volvió a llevar le cerca de la familia de , a pesar de las instancias de el joven. se había excusado con diferentes pretextos, ora fingiendo un negocio urgente que le obligaban a marchar se, ora asegurando falsamente que las señoril no estaban en casa, o bien haciendo aparecer a como un ogro, incapaz de recibir cortesmente a ningún mozalbete que se personase en su casa.
todo esto se le presentó a el vivo a aquella noche de insomnio; de suerte que, a el pronunciar mentalmente el nombre de , como el de un novio posible de , experimentó una desazón inmensa, mezcla de susto, rabia y dolor. esta sensación indújole a analizar con mayor cuidado sus afectos. ¿qué le pasaba? ¿por qué no quería que su amiga de infancia tuviese amores con nadie? ¿por qué le había cogido ojeriza a , que era tan bueno, amable y solícito? ¿tendría razón la gente de el pueblo? ¿estaría prendado de su prima?
el examen de su conciencia no fue dilatado. a poco de hacer una batida por las selvas de su pensamiento, y una exploración por los escondrijos de su alma, vio aparecer clara y distinta, entre el mundo de sus ideas y el abismo de sus sentimientos, la imagen dulcísima de el amor. ¡de el amor! astro radiante que todo lo ilumina con su luz, y todo lo anima con su llama; de el amor, rey de el universo, estrella de el polo, nervio y fuerza de la vida; de el amor, que, cuando se eleva por vez primera en el cielo de el espíritu, todo lo transforma y encanta, como si atizase el foco de el sol y multiplicase el número de los astros; como si avivase el color de las flores y prestase nuevos celajes a la aurora; como si diese a los pájaros trovas más dulces y pusiese en el susurro de el céfiro y en el murmullo de las fuentes música más blanda y arrobadora. amaba a su prima con un afecto hondísimo, que había ido creciendo oculta y silenciosamente desde la infancia, sin que le fuese dable averiguar el instante primero en que le hincó el primer harpón y le dirigió la primera flecha. ¿cómo no lo había comprendido antes? aquella infinita alegría que le embriagaba siempre que se hallaba a su lado; aquella delicia con que oía su voz, y miraba sus ojos, y seguía estático sus pasos y todos sus movimientos; aquella necesidad imperiosa de estar a su lado, que a todas horas sentía; aquella tristeza profunda que le embargaba, y aquella ansia por volar a donde se hallaba ella, que le cogía cuando se encontraba lejos ¿qué querían decir, sino que amaba a de veras, con arrebato, como los ojos la luz y los labios sedientos el agua fresca y cristalina? ahora comprendía el por qué de tantas y tantas escenas cuyo significado no había antes llegado a penetrar. explicaba se ya por qué se entristecía, cuando se le figuraba seria y pensativa ; por qué la llevaba flores todas las mañanas, y, sobre todo, violetas — pues era muy aficionado a estas menudas florecillas color de cielo y de manso y purísimo aroma —; por qué se sentía tan satisfecho cuando aprobaba ella sus acciones y tan afligido cuando las reprobaba, como si fuese el juez supremo que hubiese de aquilatar el mérito o demérito de ellas; por qué, en fin, no se apartaba de su mente, y todo cuanto pensaba, quería y ponía por obra, refería lo siempre a ella, como suelta el navegante las blancas velas de la embarcación, siguiendo el faro luminoso que se destaca a lo lejos. ahora lo comprendía todo. ¡cuán hermoso era amar y cuán bueno , que permitía a los mortales aquel sentimiento tan hondo, tan dulce, tan misterioso, semejante a segunda vida de el corazón, a nuevo soplo divino recibido sobre la frente!
la impresión que tal descubrimiento produjo en el alma de el mozo, no le dejó cerrar los ojos en toda la noche. a la mañana siguiente, tan pronto como saltó de la cama, dispúso se a ir a la casa de . estaba facultado por para visitar la una vez a el día, y escogía la primera hora, porque no podía esperar ni un minuto; era muy largo el tiempo y necesitaba ver a su prima cuanto antes, ahora que sabía ya el sentimiento que le inspiraba. acicaló se aquel día con mayor esmero que nunca. lió en torno de el albo cuello la corbata más elegante y lució en ella el fistol más artístico; peinó con esmero los negros cabellos y vistió el último traje recibido de la ciudad; y así preparado, como guerrero que se arma de pies a cabeza para salir a el combate, tomó el camino de la dimora casta e pura.
era todavía muy temprano; pero la familia era en extremo madrugadora. había montado a caballo para ir a el ; andaba ocupadísima en las faenas domésticas. gozaba merecida fama de hacendosa, y de igualmente hábil para la costura, la cocina y el arreglo de la casa. de todo sacaba partido. no había desperdicios en su hogar. hacía mantequilla de la nata de la leche; requezón de el suero; sabrosísimos budines de los mendrugos de pan. aquella mañana andaba sacudiendo la sala, cubierta la cabeza con un gran pañuelo, recogidas las faldas y plumero en mano. , sillas, sillones, floreros y cuadros, yacían por el corredor en lastimoso desorden: las cosas frágiles, por los rincones; las de madera, hacinadas las unas sobre las otras, patas arriba y patas abajo, en caos confuso e intrincado.
aseaba entretanto las jaulas de los pájaros y les servía la comida a los animalitos; lavaba las tinillas y les ponía agua limpia; quitaba de los diminutos platitos los residuos de el pan mojado de la víspera, y los sustituía con tajadas de pan nuevo, sumergidas previamente en el agua; colocaba hojas de lechuga entre las rejillas, y tornaba a poner en su sitio las aéreas cárceles de latón. los pajarillos, regocijados por el aseo, y, sobre todo, a la vista de el apetitoso desayuno, brincaban alegremente de los alambres a la argolla, bajaban, se sumergían en el agua, para lavar se las plumas; se sacudían esparciendo en torno frescas gotitas; daban picotazos a la comida y cantaban cada cual según su estilo, poblando el recinto de vida, contento y notas purísimas.
detúvo se a el entrar el mancebo a contemplar tan hermoso y sencillo cuadro, y sintió que su pecho desfallecía a la vista de , como si no fuese la misma que había conocido, sino otra nueva, imponente, llena de encanto soberano, que su pobre ser no podía resistir. latía le el corazón vuelto loco. en vez de ' entrar tranquilo y confiado, como siempre, sintió se acortado, como si fuese persona de cumplimiento que por vez primera sentase la planta en aquella casa.
— buenos días, tía, — pronunció con voz insegura dirigiendo se a —. buenos días, , — continuó volviendo el rostro hacia donde estaba la niña.
— los tengas tú, , — repuso la señora.
— buenos días, , — contestó .
— ¡cuán temprano te has puesto los veinticinco alfileres! — prosiguió , sin dejar de manejar el plumero —. ¿estamos de convite? ¿a dónde vas, hijo?
— no, tía; no voy a ninguna parte.
— pues ¿por qué te has puesto tan guapo?
— ando como siempre.
— no señor, no es cierto. ¿no es verdad, , que está más peripuesto que nunca?
la niña, que fingía estar absorta en su trabajo, y que en realidad no perdía palabra de el diálogo, volvió el rostro a , se encontró con sus ojos, se ruborizó y repuso con timidez:
— es cierto; estás muy elegante...
¿qué había pasado por ? ¿ella también se había desvelado la noche anterior, pensando en lo mismo que él? parecía algo pálida, y aun se le advertía alguna fatiga en los ojos. sintió que el corazón le daba un vuelco a este pensamiento. la verdad era que la niña mostraba se más reservada que de costumbre; no le recibía con la franqueza e ingenuidad habituales. tal observación aumentó en gran manera la turbación de el mozo; no porque deplorase aquella transformación, sino porque le emocionaba de un modo indecible pensar que sintiese también ella lo que él sentía, y le daba miedo colegir lo y averiguar lo.
no obstante, atraído por imán poderoso, acercó se a .
— niño, sienta te donde puedas, — dijo le tomando una silla de el montón —, y pon te donde te acomodes. no me hagas caso.
hizo lo así ; se colocó junto a su prima, que estaba sentada en un escabel para hacer cómodamente el aseo de las jaulas, y permaneció callado largo rato.
— ¿qué tienes? — le preguntó sin ver le.
quiso hablar y no pudo: sentía la voz ronca y el corazón tan agitado como una de aquellas avecillas que andaban espantadas dentro de la jaula.
— ¿qué tienes? — volvió a preguntar con voz bajita y como recatando se de .
— quiero decir te una cosa.
— ¿qué cosa?
— una cosa muy interesante.
— pues di la.
— no quieto que me oiga tu mamá.
— habla quedito y acerca te más; anda muy ocupada y no nos pone cuidado.
— bueno, pues esa cosa es que yo te.., — y volvíó a interrumpir se, porque le faltó el ánimo. se había puesto pálida y tenía trémulas las manos. el bien lo veía. además, desde hacía rato no cesaba ella de echar agua a un mismo platito, que ya no la necesitaba.
— que yo te... — intentó de nuevo el mancebo sin mejor éxito. no le preguntó ya nada. sin duda no podía hablar tampoco.
hallando imposible de franquear aquel camino, que era el directo, pero también el más brusco, cambió de táctica , y después de tomar un rato de respiro y de procurar humedecer con la lengua los secos labios, adoptó otro más largo y sinuoso; pero que le conduciría a el mismo punto, con menores angustias.
— ¿te acuerdas de lo que ayer dijo tu mamá? — murmuró.
— ¿de qué? — preguntó con voz dobilísima como soplo.
— de lo que se dice de nosotros en .
guardó silencio la niña; su turbación aumentaba visiblemente.
— no pude dormir en toda la noche... pensando en eso — continuó —, pensando que tal vez... tal vez tienen razón... quiere decir... que ojalá fuera cierto.... quiere decir, que es lástima que no sea cierto.... y que deseo con todo mi corazón que sea cierto... y... ya me entiendes... ¿que me respondes?
— ¿sobre qué?
— sobre lo que te digo.
— ¡si no me preguntas nada!...
— ¿que si no quisieras tú también que fuera cierto?
estaba resuelta a no comprender.
— pero ¿qué cosa? no te entiendo.
— lo que se dice de nosotros en el pueblo.
— ¿lo que dijo ayer mi mamá?
— eso mismo.
— no; porque entonces te vería menos.
— ¿de suerte que no me quieres?
— yo no he dicho eso.
roto así el hielo, cobró ánimo y fue animando se poco a poco.
— mira, — prosiguió —. no pude dormir en toda la noche, pensando en ti.
— tampoco yo.
— ¿en qué pensabas?
— eso no se dice.
— no te me apartaste ni un punto de el pensamiento, y me entró una angustia grandísima, porque no te iba a ver con la misma frecuencia de siempre. has de saber que te quiero mucho... mucho, y no como hermana. y esto no es de ahora, sino que te he querido siempre. fue lo que me desveló. por eso me dije: “mañana, en cuanto amanezca, voy a decir se lo a , y a preguntar le si me quiere”. si no me quisieras, no sé que haría: le rogaría a mi padre que me mandara lejos, muy lejos, y no volvería nunca a .
guardó silencio por unos momentos, y con voz conmovida y tono suplicante, continuó:
— y tú, ¿qué dices? ¿me quieres?
— no me preguntes esas cosas; me están dando ganas de llorar.
y, efectivamente, comenzó a hacer pucheros.
— no lo mande , — murmuró el joven alarmado, porque lo observaría tu mamá, y quién sabe que se figuraría de mí. conque, anda, , ¿me quieres?
— tú qué dices, ¿te querré?
— no lo sé.
— bien lo sabes; no finjas.
— no, no lo sé; necesito que me lo digas.
— pues contesta te solo; lo que digas, eso es.
— ¿de modo que me quieres? yo digo que sí.
— entonces sí... — concluyó haciendo un esfuerzo y colocando a el fin el traste dentro de la jaula.
comenzó para desde aquel día, una existencia nueva. siete años habían pasado desde esa escena, y la emoción de el amor primero permanecía en su corazón tan pura, viva y tierna como en aquellos instantes divinos. era la joven para él visión de castos ensueños, ángel enviado para hacer su dicha, promesa de felicidad en este mundo de lágrimas. no había pensamientos en su cerebro ni latido en su corazón, que no convergiesen hacia ella; a el fin de todo, en el extremo de todo, miraba a . estudiaba para ser aplaudido por ella; trabajaba para acrecentar su caudal y ofrecer se lo a ella. pensando en ella, mandaba se hacer trajes elegantes, y encargaba a la ciudad sombreros lujosos, y se afeitaba con esmero y se hacía cuidadosamente el lazo de la corbata. todo por ella y para ella.
dos años hacía que hubiera debido tomar la por esposa; pero el desabrimiento surgido entre y había ido retardando el matrimonio, pues querían los enamorados que se celebrasen sus bodas en medio de la concordia y armonía de toda la familia, para que ese día hubiese por todas parte regocijo, mucho regocijo, tanto como el que ellos sintieran. esperando que sus padres se reconciliasen y volviesen a ser tan buenos amigos como antes, habían aguardado aquellos dos años. pero a el fin, como no había habido la deseada reconciliación, comenzaban los jóvenes a pensar en realizar su enlace, aun en aquellas circunstancias dudosas. ¡mas he aquí que repentinamente, y cuando menos lo esperaban, sobreviene el rompimiento, y realiza a mano armada la invasión de los terrenos de !
pensaba todo esto con suma tristeza, presintiendo graves dificultades y trastornos futuros para el cumplimiento de sus deseos. sin apartar la vista de la adorada imagen de , ni cesar de cubrir la de ósculos ternísimos, dejaba correr por las mejillas lágrimas que rebosaban de sus ojos.
y pensando sería conveniente advertir a la joven de lo que pasaba, para que estuviese prevenida y le ayudase a conjurar el peligro, tomó la pluma y trazó las siguientes líneas:
“han sucedido cosas gravísimas desde que no nos vemos. necesito hablar contigo hoy mismo; pero a solas, porque me interesa que nadie se entere de nuestra conversación. bien sé que no te agrada dar me citas por la ventana; pero siendo las circunstancias apremiantes; espero me otorgues la gracia de esperar me hoy a la reja, a las diez de la noche. te lo ruego por lo que más quieras. contesta me con el portador, que es persona de confianza, aun cuando sean dos líneas con lápiz.
“bien sabes cuánto te quiero y que eres la luz de mis ojos.
habían se deslizado insensiblemente las horas. la mirada retrospectiva que había echado el joven a la historia de sus amores, había tardado toda la mañana en llegar a el lejano pasado y en volver después a la situación presente. cuando concluyó la carta, era ya la mitad de el día. sacó le de su absorción el sonido de la campanilla, que repicaba anunciando la hora de la comida. sorprendido echó mano a el reloj y vio que era, en efecto, la una de la tarde.
cuando llegó a el comedor estaban todos los comensales en sus puestos. mostraba el mejor humor de el mundo. había desaparecido de su rostro el ceño adusto y reservado que había tenido por la mañana; mostraba se risueño, afable y expresivo.
— hombre ¡qué ojos! — dijo a tan luego como le vio —. parece que has dormido todo el santo día.
— ¿por qué, padre?
— porque los tienes rojos e hinchados.
— ea porque he leído mucho.
— no es necesario leer tanto. ¡mi compadre no lee nunca, y es ya dueño de la hacienda de el y de el !
todos rieron de la ocurrencia y la comida pasó alegre, en medio de pláticas animadas. a la hora de el café, dijo :
— , quiero que me permitas mandar a el pueblo a .
— ¿con qué objeto?
— voy a hacer le un encargo.
— bueno; pero ¿y los apuntes y la correspondencia?
— yo lo desempeñaré mientras vuelve.
— siendo así, no hay inconveniente.
— quiero también suplicar te me permitas ir a esta noche.
— ¿para dormir allá?
— no, señor; volveré a la hacienda cuanto antes.
— comprendo has de tener negocio que arreglar en el pueblo — dijo guiñando el ojo —, y sería crueldad impedir te lo. pero no regreses tarde; anda con cuidado y lleva te a para que te acompañe.
— está bien; te prometo volver a buena hora. ¿no me necesitas para nada?
— no: hoy no tenemos qué hacer.
— ¿qué has pensado respecto de el ?
— tengo mi plan; pero no te lo digo todavía,
no estimó prudente indagar más, conociendo, como conocía, el carácter de su padre; pero le dirigió una mirada indagadora, y le sorprendió en momentos en que él y se veían con ojos de inteligencia.
— ¿qué será? — pensó . de colegir lo, procuró distraer se, aunque dominado por cierta inquietud. para divagar las ideas levantó se a poco y llamó aparte a .
— oye — le dijo —, vas a montar en seguida y a marchar te a .
— con mucho gusto — repuso el tenedor de libros.
— llevas una carta para y se la entregas en mano propia.
— pierde cuidado.
— te lo digo, porque es seguro que has de tropezar con algunas dificultades. es necesario que no te observen ni mi tío ni mi tía ; es cosa reservada.
— me daré mis mañas.
— ¿no te sirve de molestia?
— a el contrario, de paso veré a , que vive en la misma calle. desde el domingo no la veo; va a sorprender se. oyes, ¿me dejas montar el caballo retinto?
— toma el que quieras,
— ¿y me prestas la silla nueva?
— sí, hombre, con mucho gusto.
puso cara placentera.
— en ese caso — dijo — voy a arreglar me para poner me en camino.
dió se una nueva pavoneada en el rostro vació en la cabeza medio bote de pomada; puso más brillantina en el escaso bigote; cambió cuello y puños postizo?, echando mano de los domingueros y anudó a la garganta la corbata más roja de el repertorio: prendió en medio de ella donairosamente un fistol de plata, que representaba el águila mexicana, recortada de una peseta; abrillantó el calzado, por propia mano, con brochazos de betún y multiplicados cepillazos; vistió las pantaloneras ajustadísimas que le ceñían la pierna, y que para entrar habían menester echar fuera el calzado; cubrió la cabeza con el sombrero afelpado y galoneado color de cereza y de copa altísima y puntiaguda; impregnó el pañuelo de esencia de almizcle; y salió radiante de felicidad, deslumbrante de blancura, limpio, fresco y perfumado, esperaba le lleno de impaciencia.
— ¿qué hacías, hombre? — le dijo —. has tardado una hora.
— estaba aseando me un poco.
— ¡pero si has permanecido en el tocador como si fueras una dama!
— no podía ir a el pueblo como andaba, tan sucio y mal vestido.
— parece que vas a casar te; estás muy guapo.
— no te burles ¡qué guapo he de estar! los pobres no podemos ser elegantes.
— y muy buen mozo...
— ¡lástima que no traiga moneda nueva! — contestó sonriente, y metiendo índice y pulgar en el bolsillo derecho de el chaleco, en ademán de sacar la.
— me la quedas debiendo. conque vamos ¡a caballo, hombre, que ya van a ser las tres! aquí tienes el retinto ensillado.
cogió las riendas, se izó cogiendo la cabeza de la silla, puso el pie en el estribo, aunque con trabajo, por estar muy alto para su estatura, y, ayudado por , montó en el noble bruto. el generoso animal sacudió la cabeza con donaire, preparando se para la marcha. era de la raza cruzada que criaba en el , y que había adquirido gran reputación en los contornos, como formada de nobles padres americanos de , y de yeguas finas de el país. el retinto era de grande alzada y patas delgadas y finas, signo evidente de ligereza. llevaba siempre en alto la cabeza, como orgulloso de su estampa, y tenía unos ojos negros y vivos que todo lo veían. el cuello enarcado y robusto erguía se adornado por hermosa, negra y profusa crin, que ondulaba graciosamente, a compás de sus movimientos. su anca redonda y lustrosa era tan sensible, que no sufría ni el peso de la mano.
la índole de el retinto no iba en zaga a su parte física. era tan manso que le cogía las patas, y lo obligaba a levantar las una después de otra, a medida de su deseo; daba le palmaditas en el lomo, ancas y panza, con toda impunidad; y aun solía pasar de un lado a otro, por debajo de él, sin que el noble bruto diese muestras de el menor desagrado. bajo el dominio de el jinete, mostraba se quieto y obediente hasta el extremo, pues, si bien era brioso y amante de lucir se, no pasaban sus ímpetus de un poco de presunción en el menudo y airoso paso, en la elevación de la frente y en el arqueo graciosísimo de el pescuezo. pero, eso sí, cuando se le necesitaba para la carrera, el combate o las suertes de el campo, era un prodigio de viveza y rapidez. corría detrás de. la res con gran fuego, ora se tratase de lazar la o bien de colear la. una vez echado el lazo, tomaba por instinto la dirección de la cuerda, para tirar con fuerza; o, una vez la cola en la mano de el jinete, daba se la salida con tal empuje y rapidez, que por grande y pesado que fuese el cornúpeta, caía en el acto por tierra, boca arriba y con las patas en el aire.
varias veces había apostado carreras con los rancheros de los alrededores, que se preciaban de tener mejores caballos, y, hasta el día, les había llevado la palma a todos el retinto. no bien se daba la señal de partir, comenzaba el ligerísimo corcel dando un salto potente, que dejaba atrás a sus competidores como cuerpo y medio, y en seguida continuaba devorando la distancia y bebiendo se los vientos de una manera tan pasmosa que daba miedo, y se perdía a lo lejos, envuelto en una nube de polvo. a el concluir la carrera, , que no se levantaba de la silla ni una línea, como sí estuviese clavado en ella, tiraba de la rienda con mano firme, y el obediente animal de boca sentidísima, cesaba de correr en el acto, procurando detener se con las patas traseras. el impulso recibido obligaba le a seguir avanzando corto trecho contra su voluntad, de lo que daban testimonio las rayas que trazaban en la tierra los cascos posteriores; y muy a poco se levantaba de nuevo, inquieto y anhelante.
el caporal que desbravó el retinto, era domador habilísimo. no había quien le superase en el arte de hacer a la rienda los potros serranos en breve tiempo, reduciendo los a la mayor mansedumbre, exentos de toda maña, y dejando les tal sensibilidad en la boca, que podía manejar se les con hebras de seda. pero tenía el defecto de ser amante de la copa, de el fandango y de el pleito. apenas se veía sobre los lomos de el caballo domado ya, aprovechaba cualquier oportunidad que se le presentase para lucir lo y poner lo a prueba. en cuanto sabía que hubiese algunos herraderos o boda en ranchos inmediatos, dirigía se a el lugar de el festejo, montado en su caballo bailador, que parecía una lumbre, con el sombrero de palma levan lado en señal de combate, y grandes y ruidosas espuelas. llegaba a los puestos o tiendas, a comprar aguardiente y cigarros; metía se entre los grupos, invitaba a beber a los amigos o aceptaba sus invitaciones; y por cualquiera fruslería, por una monada, armaba la de es , se arriscaba el sombrero, que le quedaba en la nuca, sostenido por el barboquejo, y gritaba que era muy hombre, y que a hombre naiden le ganaba, y que se rifaba con cualquiera, y que el que quisiera, que se zafara. y en hallando se en el grupo algún otro de alma atravesada, se trababa una riña descomunal de gritos, insolencias, caballazos y machetazos, que introducía el pánico en la reunión, y hacía arremolinar se y huir a la concurrencia; hasta que llegaba el juez de acordada a apaciguar el tumulto, y se llevaba presos a los contendientes, de los cuales uno u otro, o los dos, solían sacar sendas cuchilladas.
decía ese caporal que en todos los días de su vida no había conocido un caballo tan bueno para el pleito como el retinto, y que él, siempre que se viese montado en animal tan , a múden le tenía miedo, y era capaz de salir le a el frente a el mismo diablo. seducido por sus bellas prendas, había reñido muchos combates cuando le amansaba, porque como decía, le daba lástima desperdiciar las perfeiciones de el cuaco. amaestrado en tan brillante escuela, ya se deja entender cuán fiero, desconfiado y agresivo sería el bucéfalo. , que le conocía, y tenía potencia y habilidad de sobra para dominar lo, mantenía le a raya, domando su humor pendenciero; mas por el propio y espontáneo movimiento de su voluntad, estaba dispuesto el retinto a arremeter contra todos los jinetes que encontraba a el paso. a el punto que columbraba a alguno de ellos, sacudía la crin y tascaba el freno, llenaba se de inquietud y hacía impulso por lanzar se sobre él, para derribar lo de el golpe. no bien levantaba la mano , para quitar se el sombrero y saludar, daba un bote el corcel, creyendo sin duda que su amo se lo echaba para atrás en señal de guerra. pero nunca llegaba tan alto su frenesí, como cuando su dueño sacaba la espada por ventura, ya fuese para cortar una rama que obstruyese el camino, o para dar un cintarazo a algún sirviente malcriado. era de ver cómo enloquecía entonces, como saltaba impaciente, cómo inflaba la nariz, como cubría el freno de espuma. no era ya el manso alazán que de ordinario parecía; sino un bruto enardecido, furioso; semejaba más que animal domesticado, fiera salvaje, de esas que viven en los bosques en constante batalla con las otras alimañas.
recordando todo esto , en el instante en que trepó sobre los altos lomos de el retinto; díjo-le sonriendo:
— mucho cuidado; ya sabes que es manso, cuando no lo alborotan. no lo sofrenes; deja le más floja la rienda. no le apriete las piernas. no le hinques las espuelas. y, sobre todo, no le vayas a pegar, porque te tira
— no tengas cuidado, — repuso el tenedor de libros —; lo conozco, y me guardaré de buscar le ruido. conque hasta luego.
— haz pronto lo que te encargo, y no te entretengas mucho con .
— dentro de poco estaré de vuelta. hasta luego.
diciendo esto, se alejó a el duro trote de el retinto, que era campero. no pudo menos de sonreír a el ver le saltar en la silla como si fuese de hule, y a el observar que apenas alcanzaba los estribos con la punta de los pies, tan pequeños como los de una dama.
no bien quedó solo , después de haber oído el relato de el montero sobre el despojo de el , mandó ensillar su mulita prieta, y solo y sin hacer ruido, salió de la hacienda rumbo a los potreros. los recorrió despacio, sin apresurar se y con calma. pasó en revista a los trabajadores en los puntos llamados la , el , los y las ; y habló aparte con los caporales , , y , uno después de otro, diciendo a cada cual poco más o menos estas palabras:
— te necesito esta tarde como a las cuatro, con todo y caballo; anda a la hacienda y me hablas en cuanto llegues.
aquellos caporales eran tenidos por esforzadísimos y valientes en el . , que todo lo conocía en sus terrenos, y valoraba en su ánimo la importancia de cada cosa o persona, según su modo de ser propio, sabía que, en tratando se de lances de armas, no había en la comarca quien superase a aquellos cuatro campeones.
terminada la excursión, regresó a la casa, poco antes de el mediodía, y entró en conferencia con . llevó le a el corredor exterior, su cuartel general, y paseando por él a el estilo peripatético, en compañía de el administrador, dijó le:
— , quiero que me acompañe usted esta tarde a el .
— ¿a el ? — repitió asombrada .
— sí, ¿me acompaña?
— voy con su mercé a donde quiera; ya sabe que lo sigo con los ojos cerrados.
— a las cuatro han de venir a buscar me , , y , para que nos vayamos todos juntos. diga le a el montero que se vuelva a el y se esconda entre los árboles, cerca de el punto donde estaba hoy en la mañana.
— comprendo, — observó —; pero en ese caso es conveniente llevar mayor número de mozos. siquiera el doble.
— de ningún modo; no fueran a decir que les ganábamos porque éramos muchos.
— entonces no vaya su mercé; iré yo solo.
— tengo ganas de echar una pasea dita por el ... y de divertir me.
— ¡pero, señor , si no es necesario que se exponga su buena mercé!
— no hay para que hablar de otra cosa: ya sabe que lo que digo, eso se hace.
— como guste su mercé. ¿lo sabe el niño ?
— no, ni es necesario. si se lo dijéramos, se afligiría y procuraría disuadir me de mi propósito. tiene sus razones para ello. no se le quita de la cabeza, y además, temería que me fuera a suceder algún percance. de suerte que ¡cuidado conque se lo vaya a decir!
— no diré esta boca es mía, a ley de hombre.
esa fue la razón por que sorprendió aquella mirada de inteligencia entre su padre y , a la hora de comer.
tan luego como partió a desempeñar el mensaje de , entró éste en el despacho y abrió los libros de la contabilidad para continuar los asientos. dió se a registrar folios, examinar cuentas, y compulsar operaciones, y bien pronto sumergió se su espíritu en aquel océano de guarismos, olvidando se de las preocupaciones de el día. consagrado a esta tarea, no se dio cuenta de la llegada de los caporales, que acudieron puntuales a la cita de .
esperaba los éste en el corredor, sentado en la banca de madera, con la vista fija en el extenso campo sembrado de caña, sin muestra de la menor ansiedad.
— tardes, señor amo, — dijeron le a el llegar, uno después de otro en sus inquietos caballitos, y quitando se con respeto el ancho sombrero de palma.
— ¿cómo te va, ?
— ¿cómo te va, ?
— ¿cómo te va, ?
— ¿cómo te va, ? — contestó les con acento sosegado, ordenando les fuesen a esperar le detrás de la huerta.
en seguida mandó llamar a .
— . — le dijo —, ya están aquí los caporales: nos aguardan detrás de la huerta. mande les dar un y una canana, con su parada de cartuchos, a cada uno, y vea si traen machetes y reatas, para que si les faltan también se los dé. usted, , prevenga se lo mejor que pueda y vaya se para allá.
la mulita prieta, ensillada desde temprano, esperaba ahajo de el corredor, atada a la reja de una ventana. no tenía más novedad que cuatro pistoleras, con sus respectivos revólveres: dos por delante, a los lados de la cabeza de la silla, y dos por detrás, cerca de las ancas de el animal.
antes de emprender la marcha, entró en el despacho para ver qué hacía su hijo. halló le completamente abstraído en su trabajo.
— , — le dijo —, no se te olvide contestar estas cartas; — y le dio un paquete.
— no, padre, deja me las aquí.
— firma las por mí, porque es probable que no esté de vuelta a la hora de el correo; voy a ver la presa.
— está bien, padre. no se te olvide que me voy a ; te lo digo para que no me extrañes cuando vuelvas.
— sí, ya sé que te vas a ver a , — repuso —. saluda la de mi parte.
— mil gracias.
— conque hasta la vista.
— que te vaya bien, padre.
por lo que se refería a su hijo, salió de el despacho, bajó las gradas de el corredor, montó la mula, y estimulando la con una varita flexible que siempre llevaba en la mano, dirigió se a la espalda de la huerta. allí le esperaban los caporales con a la cabeza, todos montados y armados. a el aproximar se, les dijo:
— ¿están ustedes dispuestos a hacer cuanto les mande?
— sí, amo — respondieron.
— pues sigan me — ordenó lacónicamente.
ninguno de aquellos hombres preguntó a dónde iba, ni de qué se trataba tanto porque sabían que no le agradaba pizca que le tomaran cuentas de sus determinaciones, como porque, tenían fe ciega en su dirección. era una de aquellas personas que sienten confianza en sí mismas, y logran inspirar la a los demás. se sabía que lo que él mandaba era acertado siempre.
púso se a la cabeza de el grupo. desde que se apartó de la hacienda, tomó por una angosta vereda a la mano derecha, y comenzó a trepar por la serranía. agria era la subida, y los caballos hacían la ascención difícilmente; no así la mulita, que caminaba por delante con gran velocidad, como si anduviese por terreno llano. no articulaba palabra el jefe, ni había quien se atreviese a hablar en pos suyo. caminaron por espacio de más de una hora, metiendo se en oscuras gargantas, trepando por piedras y peñascos, a través de los matorrales y por en medio de la arboleda. nadie sabía por donde andaba; en las vueltas y revueltas de la marcha, todos habían quedado desorientados. mismo, un tanto alarmado, se aproximó una vez a el jefe y le dijo:
— amo, ¿por dónde andamos? no conozco la vereda.
— pierda cuidado, , — repuso —; yo sí la conozco.
el administrador se vio obligado a guardar silencio, pero siguió temiendo anduviesen extraviados. en su concepto, caminaban muy lejos de el punto objetivo de la expedición.
serían las cinco cuando llegaron a un portezuelo entre dos grandes peñascos, por el cual no podía pasar más que un jinete de frente. detuvo allí su mulita , apeó se, y dando la rienda a uno de los sirvientes para que la tuviese, dijo les por lo bajo:
— ¡aquí me esperan!
internó se por aquella brecha natural, de puntillas y sin hacer ruido, y muy a poco volvió con el mismo sigilo.
— ¡preparen las armas! — ordenó, — nadie hace fuego, sin que yo lo mande. ¡sigan me sin hacer ruido!
diciendo esto, volvió a montar en la mula, y sacando el revólver de una de las pistoleras, se internó por la garganta, y los mozos continuaron en pos suya, rifle en mano. la estrechura no era larga; se cruzaba en dos o tres minutos. a el terminar, se salía a la cima de una loma cubierta de árboles.
— ¡chist! — dijo a sus compañeros, señalando delante de sí con la pistola —. allí están ¡a ellos!
en efecto, a muy corta distancia de donde el grupo se hallaba, veían se abajo, a través de el ramaje, los cuatro mozos de . tendidos en el césped sobre sus sarapes, y a la sombra de las frondas, conversaban sin desconfianza, fija la vista en la casa de el , que desde allí se descubría. los caballos, sin freno y
atados a los árboles, pastaban sosegadamente la verde hierba.
— ¡hombre, que güeno estuvo el golpe! — decía uno de los mozos — todavía me estoy saboriando.
— ¡qué sorpresa pal probe montero! - — exclamaba otro.
— ¿qué diría el amo ?
— se ha de haber acalambrado de coraje.
y reían a carcajadas.
de pronto oyeron tropel de caballos a la espalda, volvieron la cabeza, y vieron a que llegaba seguido de sus hombres. quisieron levantar se y echar mano de las pistolas.
— ¡no se buigan! — les dijo con voz tremenda — ¡o los afusilamos!
y él y todos los suyos les apuntaban con las armas de fuego.
no hubo remedio. los mozos de comprendieron que toda resistencia era inútil.
— amo, estamos dados, — dijo uno de ellos.
— ¿se rinden a discreción?
— ni modo de evita lo?