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JULIO RAMON RIBEYRO
Cuentos
La molicie.2
La solution.5
Mar afuera.12
Solo para fumadores.17
Interior «L».32
La insignia.38
El banquete.41
Los gallinazos sin plumas.44
El profesor suplente.51
Espumante en el sotano.54
Los merengues.61
11 C u e n t o s
Julio Ramon R i b e v ro
La molicie
Mi companero y yo luchabamos sistematicamente contra la molicie. Sabiamos muy
bien que ella era poderosa y que se aduenaba facilmente de los espiritus de la casa.
Habiamos observado como, agazapada, en las comidas fuertes, en los muelles sillones y
hasta en las melodias languidas de los boleros aprovechaba cualquier instante de flaqueza
para tender sobre nosotros sus brazos tentadores y sutiles y envolvernos suavemente, como
la emanacion de un pebetero.
Habia, pues, que estar en guardia contra sus asechanzas; habia que estar a la
expectativa de nuestras debilidades. Nuestra habitacion estaba prevenida, diriase
exorcizada contra ella. Habiamos atiborrado los estantes de libros, libros raros y preciosos
que constantemente despertaban nuestra curiosidad y nos disponian al estudio. Habiamos
coloreado las paredes con extranos dibujos que dia a dia renovabamos para tener siempre
alguna novedad o, por la menos, la ilusion de una perpetua mudanza. Yo pintaba espectros
y animales prehistoricos, y mi companero trazaba con el pincel transparentes y arbitrarias
alegorias que constituian para mi un enigma indescifrable. Teniamos, por ultimo, una
pequena radiola en la cual en momentos de sumo peligro pomamos cantigas gregorianas,
sonatas clasicas o alguna fustigante pieza de jazz que comunicara a todo lo inerte una
vibracion de ballet.
A pesar de todas esas medidas no nos considerabamos enteramente seguros. Era a la
hora de despertarnos, cuando las golondrinas (^eran las golondrinas o las alondras?) nos
marcaban el tiempo desde los tejados, el momento en que se iniciaba nuestra lucha. Nos
provocaba corner la persiana, amortiguar la luz y quedarnos tendidos sobre las duras camas;
dulcemente mecidos por el vaiven de las horas. Pero estimulandonos reciprocamente con
gritos y consejos, saltabamos semidormidos de nuestros lechos y corriamos a traves del
corredor caldeado hasta la ducha, bajo cuya agua helada recibiamos la primera cura de
emergencia. Ella nos permitia pasar la manana con ciertas reservas, metidos entre nuestros
libros y nuestras pinturas. A veces, cuando el calor no era muy intenso saliamos a dar un
paseo entre las arboledas; viendo a la gente arrastrarse penosamente por las calzadas,
huyendo tambien de la molicie, como nosotros. Despues del almuerzo, sin embargo,
sobrevenian las horas mas dificiles y en las cuales la mayoria de nuestros companeros
sucumbian. Del comedor pasabamos al salon y embotados por la cuantiosa comida caiamos
en los sillones. Allt pediamos cafe, antes que los ojos se nos cerraran, y gracias a su gusto
amargo y tostado, febrilmente sorbido, podiamos pensar lo elemental para mantenernos
vivos. Repetiamos el cafe, fumabamos, hojeabamos por centesima vez los diarios, hasta
que la molicie hacia su ingreso por las tres grandes ventanas asoleadas. Poco a poco
disminuia el ritmo de los coloquios; las partidas de ajedrez se suspendian, el humo iba
desvaneciendose, el radio sonaba perezosamente y muchos quedaban inmoviles en los
sillones, un alfil en la mano, los ojos entrecerrados, la respiracion sofocada, la sangre viciada
por un terrible veneno. Entonces, mi companero y yo huiamos torpemente por las escaleras
y llegabamos exhaustos a nuestro cuarto, donde la cama nos recibia con los brazos abiertos
y nos hacia brevemente suyos.
A esta hora, tal vez, fuimos en alguna oportunidad presas de la molicie. Recuerdo
especialmente un dia en que estuve tumbado hasta la hora de la merienda sin poder
moverme, y mas aun, hasta la hora de la cena, hora en que pude levantarme y arrastrarme
hasta el comedor como un sonambulo. Pero esto no volvio a repetirse por el momento. Aun
eramos fuertes. Aun eramos capaces de rechazar todos los asaltos y llenar la tarde de
lecturas comunes; de glosas y de disputas, muchas veces bizantinas, pero que tenian la
virtud de mantener nuestra inteligencia alerta.
2
11 C u e n t o s
Julio Ramon R i b e v ro
A veces, hartos de razonar, nos aproximabamos a la ventana que se abria sobre un
gran patio, al cual los edificios volvian la intimidad de sus espaldas. Veiamos, entonces, que
la molicie retozaba en el patio, bajo el resplandor del sol y, reptando por las paredes, hacia
suyos los departamentos y las cosas. Por las ventanas abiertas veiamos hombres y mujeres
desnudos, indolentemente estirados sobre los lechos blancos, abanicandose con periodico.
A veces alguno de ellos se aproximaba a su ventana y miraba el patio y nos veia a nosotros.
Luego de hacernos un gesto vago, que podia interpretarse como un signo de complicidad en
el sufrimiento, regresaba a su lecho, bebia lentos jarros de agua y, envuelto en sus sabanas
como en su sudario, proseguia su descomposicion. Este cuadro al principio nos fortalecia
porque revelaba en nosotros cierta superioridad. Mas, pronto aprendimos a ver en cada
ventana como el reflejo anticipado de nuestro propio destino y huiamos de ese espectaculo
como de un mal presagio. Habiamos visto sucumbir, uno por uno, a todos los desconocidos
habitantes de aquellos pisos, sucumbir insensiblemente, casi con dulzura, o mas bien, con
voluptuosidad. Aun aquellos que ofrecieron resistencia —aquel, por ejemplo, que jugaba
solitarios o aquel otro que tocaba la flauta— habian perecido estrepitosamente.
La poca gente que disponia de recursos —nosotros no estabamos en esa situacion—
se libraban de la molicie abandonando la ciudad. Cuando se produjeron los primeros casos
improvisaron equipajes y huyeron hacia las sierras nevadas o hacia las playas frescas,
latitudes en las cuales no podia sobrevivir el mal. Nosotros en cambio, teniamos que
afrontar el peligro, esperando la llegada del otono para que se extendiera su alfombra de
hojas secas sobre los maleficios del estio. A veces, sin embargo, el otono se retrasaba
mucho, y cuando llegaban los primeros cierzos, la mayoria de nosotros estabamos
incurablemente enfermos, completamente corrompidos para toda la vida.
Las siete de la noche era la hora mas benigna. Diriase que la molicie hacia una tregua
y abandonando provisoriamente la ciudad, reunia fuerzas en la pradera, preparandose para
el asalto final. Este se producia despues de la cena, a las once de la noche, cuando la brisa
crepuscular habia cesado y en el cielo brlllaban estrellas implacablemente lucidas. A esta
hora eran tambien, sin embargo, multiples las posibilidades de evasion. Los adinerados
emigraban hacia los salones de fiesta en busca de las mujerzuelas para hallar, en el delirio,
un remedio a su cansancio. Otros se hartaban de vino y regresaban ebrios en la madrugada,
completamente insensibles a las sutilezas de la molicie. La mayoria, en cambio se refugiaba
en los cinematografos del barrio, despues de intoxicarse de cafe. Los preparativos para la
incursion al cine eran siempre precedidos de una gran tension, como si se tratara de una
medida sanitaria. Se repasaban los listines, se discutian las peliculas y pronto salia la gran
caravana cortando el aire espeso de la noche. Muchos, sin embargo, no tenian dinero ni
para eso y mendigaban planideramente una invitacion, o la exigian con amenazas a las que
eran conducidos facilmente por el peligro en que se hallaban. En las incomodas butacas
veiamos tres o cuatro cintas consecutivas, con un interes excesivo, y que en otras
circunstancias no tendria explication. Nos reiamos de los malos chistes, estabamos a punto
de llorar en las escenas melodramaticas, nos apasionabamos con heroes imaginarios y
habia en el fondo de todo ello como una cruel necesidad y una comun hipocresia. A la salida
frecuentabamos paseos solitarios, aromados por perfumes fuertes, y esperabamos en
peripateticas charlas que el alba plantara su estandarte de luz en el oriente, signo indudable
de que la molicie se declaraba vencida en aquella jornada.
Al promediar la estacion la lucha se hizo insostenible. Sobrevinieron unos dias opacos,
con un cielo gris cerrado sobre nosotros como una campana neumatica. No corria un aliento
de aire y el tiempo detenido husmeaba sordidamente entre las cosas. En estos dias, mi
companero y yo, comprendimos la vanidad de todos nuestros esfuerzos. De nada nos valian
ya los libros, ni las pinturas, ni los silogismos, porque ellos a su vez estaban contaminados.
Comprendimos que la molicie era como una enfermedad cosmica que atacaba hasta a los
seres inorganicos, que se infiltraba hasta en las entidades abstractas, dandoles una blanda
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apariencia de cosas vivas e inutiles. La residencia, piso por piso, habia ido cediendo sus
posiciones. La planta inferior, ocupada por la despensa y la carboneria, fue la primera en
suspender la lucha. Las materias corruptibles que guardaba —pilas de carbon vegetal,
viveres malolientes— fueron presas faciles del mal. Luego el mal fue subiendo,
inflexiblemente, como una densa marea que sepultara ciudades y suspendiera cadaveres.
Nosotros, que ocupabamos el ultimo piso, organizamos una encarnizada resistencia.
Nuestro reducto fue un pequeno y anonimo cantar de gesta. Abriendo los grifos dejamos
corner el agua por los pasillos e infiltrarse en las habitaciones. En una heroica salida
regresamos cargados de frutas tropicales y de palmas, para morder la pulpa jugosa o
abanicarnos con las hojas verdes. Pero pronto el agua se recalento, las palmas se secaron y
de las frutas solo quedaron los corazones oxidados. Entonces, desplomandonos en nuestras
camas, oyendo como nuestro sudor rebotaba sobre las baldosas, decidimos nuestra
capitulacion. Al principio llevamos la cuenta de las horas (un campanario repicaba
cansadamente muy cerca nuestro, i,quien lo taneria?), la cuenta de los dias, pero pronto
perdimos toda nocion del tiempo. Viviamos en un estado de somnolencia torpe, de
embrutecimiento progresivo. No podiamos proferir una sola palabra. Nos era imposible
hilvanar un pensamiento. Eramos fardos de materia viva, desposeidos de toda humanidad.
<<,Cuanto tiempo duraria aquel estado? No lo se, no podria decirlo. Solo recuerdo
aquella manana en que fuimos removidos de nuestros lechos por un gigantesco estampido
que conmovio a toda la ciudad. Nuestra sensibilidad, agudizada por aquel impacto, quedo un
instante alerta. Entonces sobrevino un gran silencio, luego una rafaga de aire fresco abrio de
par en par las ventanas y unas gotas de agua motearon los cristales. La atmosfera de toda
la habitation se renovo en un momento y un saludable olor de tierra humedecida nos
arrastro hacia la ventana. Entonces vimos que llovia copiosa, consoladoramente. Tambien
vimos que los arboles habian amarilleado y que la primera hoja dorada se desprendia y
despues de un breve vals tocaba la tierra. A este contacto —un dedo en llaga gigantesca—
la tierra desperto con un estertor de inmenso y contagioso jubilo, como un animal despues
de un largo sueno, y nosotros mismos nos sentimos participes de aquel renacimiento y nos
abrazamos alegremente sobre el dintel de la ventana, recibiendo en el rostro las humedas
gotas del otono.
Madrid, 1953
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La solucion
—Bueno, Armando, vamos a ver, i,que estas escribiendo ahora?
La temida pregunta termino por llegar. Ya habian acabado de cenar y estaban ahora
en el salon de la residencia barranquina, tomando el cafe. Por la ventana entreabierta se
veian los faroles del malecon y la niebla invernal que subia de los acantilados.
—No te hagas el desentendido —insistio Oscar— Ya se que a los escritores no les
gusta a veces hablar de lo que estan haciendo. Pero nosotros somos de confianza. Danos
esa primicia.
Armando carraspeo, miro a Berta como diciendole que pesados son nuestros amigos,
pero finalmente encendio un cigarrillo y se decidio a responder.
—Estoy escribiendo un relato sobre la infidelidad. Como veran ustedes, el tema no es
muy original. jSe ha escrito tanto sobre la infidelidad! Acuerdense de Rojo y Negro, Madame
Bovary, Ana Karenina, para citar solo obras maestras... Pero, precisamente, yo me siento
atraido por lo que no es original, por lo ordinario, por lo trillado... Al respecto he interpretado
a mi manera una frase de Claude Monet: el tema es para mi indiferente; lo importante son
las relaciones entre el tema y yo.. Berta, por favor, ^por que no cierras la ventana? jSe nos
esta metiendo la neblina!
—Como preambulo no esta mal —dijo Carlos— Vamos ahora al grano.
—A eso voy. Se trata de un hombre que sospecha de pronto que su mujer lo engana.
Digo de pronto pues en veinte o mas anos de casados nunca le habia pasado esta idea por
la cabeza. El hombre, que para el caso llamaremos Pedro o Juan, como ustedes quieran,
habia tenido siempre una confianza ciega en su mujer y como adamas era un hombre
liberal, moderno, le permitia tener lo que se llama su «propia vida», sin pedirle jamas
cuentas de nada.
—El marido ideal —dijo Irma— <<,Me escuchas Oscar?
—En cierto sentido si —prosiguio Armando— El marido ideal... Bueno, como decia,
Pedro, lo llamaremos asi, comienza a dudar de la fidelidad de su mujer. No voy a entraren
detalles sobre las causas de esta duda. Lo cierto es que cuando esto ocurre siente que el
mundo se le viene abajo. No solo porque el le habia sido siempre fiel, salvo aventurillas sin
consecuencia, sino porque queria profundamente a su mujer. Sin la pasion de la juventud,
claro, pero quizas en forma mas perdurable, como pueden ser la comprension, el respeto, la
tolerancia; todas esas pequenas atanciones y concesiones que nacen de la rutina y en las
que se funda la convivencia conyugal.
—Eso de la rutina no me gusta —dijo Carlos— La rutina es la negation del amor.
—Es posible —dijo Armando— Aunque esa me parece una frase como cualquier otra.
Pero dejame continuar. Como decia, Pedro sospecha que su mujer lo engana. Pero como
se trata solo de una sopecha, tanto mas angustiosa cuanto incierta, decide buscar pruebas.
Y mientras busca las pruebas de esta infidelidad descubre una segunda infidelidad, mas
grave todavia, pues databa de mas tiempo y era mas apasionada.
—^Oue pruebas eran? —pregunto Oscar— Sobre este asunto de la infidelidad las
pruebas son dificiles de producir.
—Digamos cartas o fotos o testimonies de personas de absoluta buena fe. Pero esto
es secundario por ahora. Lo cierto es que Pedro se hunde un grado mas en la
desesperacion, pues ya no se trata de uno sino de dos amantes: el mas reciente, del cual
tiene saspechas y el mas antiguo, del cual cree tener pruebas. Pero el asunto no termina alii.
Al seguir investigando sobre la frecuencia, la gravedad, las circunstancias de este segundo
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engano, descubre la presencia de un tercer amante y al tratar de averiguar algo mas sobre
este tercero aparece un cuarto...
—Una Mesalina, quieres decir—intervino Carlos— ^Cuantos tenia al fin?
—Para los efectos del relato me bastan cuatro. Es la cifra apropiada. Aumentarla
habria sido posible, pero me hubiera traido problemas de composicion. Bueno, la mujer de
Pedro tenia pues cuatro amantes. Y simultaneamente ademas, lo que no debe extranar
pues los cuatro eran muy diferentes entre si (uno bastante menor que ella, otro mayor, uno
muy culto y fino, otro mas bien ignorante, etc.) de modo que satisfacian diversas apetencias
de su came y de su espiritu.
—lY que hace Pedro? —pregunto Amalia.
—A eso voy. Imaginaran ustedes el horrible estado de angustia, de rabia, de celos en
que esta situacion lo pone. Muchas paginas del relato estaran dedicadas al analisis y
description de su estado de animo. Pero esto se los ahorro. Solo dire que, gracias a un
enorme esfuerzo de voluntad y sobre todo a su sentido exacerbado del decora, no deja
traslucir sus sentimientos y se limita a buscar solo, sin confiarse a nadie, la solution de su
problema.
—Eso es lo que queremos saber—dijo Oscar— i,Que demonios hace?
—Para ser justo, yo tampoco lo se. El relato no esta terminado. Pienso que Pedro se
plantea una serie de alternativas, pero no se aun cual es la que va a elegir... Por favor,
Berta, ^me sirves otro cafe?... Pero se dice, en todo caso, que cuando surge un obstaculo
en nuestra vida hay que eliminarlo; para restablecer la situacion original. jPero, claro, no se
trata de un obstaculo sino de cuatro! Si solo existiera un amante no vacilaria en matarlo...
—<^,Un crimen? —pregunto Irma— ^Pedro seria capaz de eso?
—Un crimen, si. Pero un crimen pasional. Ustedes saben que la legislation penal de
todo el mundo contiene disposiciones que atenuan la pena en caso de crimen pasional.
Sobre todo si un buen abogado demuestra que el agente del crimen lo cometio en estado de
pasion violenta. Digamos que Pedro esta dispuesto a corner los riesgos del asesinato,
sabiendo que dadas las circunstancias la pena no seria muy grave. Pero, como
comprenderan, matar a uno de los amantes no resolveria nada, pues quedarian los otros
tres. Y matar a los cuatro seria ya un delito muy grave, una verdadera masacre, que le
costaria la pena capital. En consecuencia, Pedro descarta la idea del crimen.
—De los crimenes —dijo Irma.
—Justo, de los crimenes. Pero, entonces, se le ocurre una idea genial: enfrentar a los
amantes, de modo que sean ellos quienes se eliminen. La idea la concibe asf: puesto que
son cuatro —y comprenderan ahora por que ese numero me convema— hare una especie
de eliminatorias, como en un torneo deportivo. Enfrentar a dos contra dos y luego a los dos
ganadores, de modo que por lo menos tres queden eliminados...
—Eso me parece ya novelesco —dijo Carlos —^Como diablos hace? En la practica no
creo que funcione.
—Pero estamos justamente en el mundo de la literatura, es decir, de la probabilidad.
Todo reside en que el lector crea lo que le cuento. Y este es asunto mio. Bueno, Pedro
divide a los amantes en el Uno y el Dos y en el Tres y el Cuatro. Mediante cartas anonimas
o llamadas telefonicas u otros medios revela al Uno la existencia del Dos y al Tres la
existencia del Cuatro. Todo ello mediante una estrategia gradual y una tecnica de la perfidia
que le permiten despertar en el agente escogido no solo los celos mas atroces sino un
violento deseo de aniquilar al rival. Me olvidaba decides que los amantes de Rosa, asi
llamaremos a la mujer, estaban ferozmente enamorados de ella, se creian los unicos
depositaries de su amor y por lo tanto la revelation de la existencia de competidores los
ofusca tanto como a Pedro mismo.
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—Eso si es posible —dijo Carlos— Un amante debe tener mas celos de otro amante
que el mismo marido.
—Para resumir —prosiguio Armando— Pedro Neva tan bien el asunto que el amante
Uno mata al Dos y el Tres al Cuatro. Quedan en consecuencia solo dos. Y con estos
precede de la misma manera, de modo que el amante Uno mata al Tres. Y al sobreviviente
de esta matanza lo mata el propio Pedro, es decir, que comete directamente un solo crimen
y como se trata de uno solo y de origen pasional goza de un veredicto benevolo. Y al mismo
tiempo logra lo que se habia propuesto o sea eliminar los obstaculos que contrariaban su
amor.
—Me parece ingenioso —dijo Oscar— Pero insisto en que en la practica no
funcionaria. Suponte que el amante Uno no logre matar al Dos, que simplemente lo hiera. O
que el amante Tres, por mas que este enamorado de Rosa, sea incapaz de cometer un
crimen.
—Tienes razon —dijo Armando— Y por eso es que Pedro renuncia a esta solucion.
Eso de enfrentar a los amantes con el fin de que se exterminen no es viable, ni en la realidad
ni en la literatura.
—<^Que hace entonces? —pregunto Berta.
—Bueno, yo mismo no lo se... Ya les he dicho que el relato no esta terminado. Por eso
mismo se los cuento. <[,No se les ocurre nada a ustedes?
—Si —dijo Berta— Divorciarse. jNada mas simple!
—Habia pensado en eso. Pero, <<,que resolveria el divorcio? Seria un escandalo inutil,
pues mal que bien un divorcio es siempre escandaloso, mas aun en una ciudad como esta
que, en muchos aspectos, sigue siendo provinciana. No, el divorcio dejaria intacto el
problema de la existencia de los amantes y del sufrimiento de Pedro. Y ni siquiera aplacaria
su deseo de venganza. El divorcio no seria la buena solucion. Pienso mas bien en otra:
Pedro expulsa a Rosa de la casa, luego de demostrarle e increparle su traicion. La pone en
la calle brutalmente, con todos sus bartulos o sin ellos. Seria una solucion varonil y
moralmente justificada.
—Lo mismo pienso yo —dijo Oscar— Una solucion de macho. jPuesto que me has
enganado, toma! Ahora te las arreglas como puedas.
—El asunto no es tan simple —continuo Armando— Y creo que Pedro tampoco
elegiria esta solucion. La razon principal es que expulsar a su mujer le seria practicamente
insoportable, puesto que lo que el desea es retenerla. Expulsarla seria hacerla aun mas
dependiente de sus amantes, arrojarla a sus brazos y alejarla mas de si. No, la expulsion del
hogar, si bien posible, no resuelve nada. Pedro piensa que lo mas sensato seria mas bien lo
contrario.
—i,Que entiendes tu por contrario? —pregunto Irma.
—Irse de la casa. Desaparecer. No dejar rastros. Dejar solo una carta o no dejar nada.
Su mujer comprenderia las razones de esa desaparicion. Irse y emprender en un pais lejano
una nueva vida, una vida diferente, otro trabajo, otros amigos, otra mujer, sin dar jamas
cuenta de su persona. Y ello aun suponiendo que Pedro y Rosa tengan hijos, aunque mejor
seria que no los tuvieran, pues complicaria demasiado la historia. Pero Pedro se iria,
abandonando incluso a sus supuestos hijos, pues la pasion amorosa esta por encima de la
pasion paternal.
—Bueno, Pedro se va, iy que? —pregunto Berta.
—Pedro no se va, Berta, no se va. Porque irse tampoco es la buena solucion. <[,Que
ganaria con irse? Nada. Perderia mas bien todo. Seria un buen recurso si Rosa dependiera
economicamente de Pedro, pues tendria al menos ese motivo para sufrir su ausencia, pero
habia olvidado decides que ella tenia fortuna personal (padres ricos, bienes de familia, lo
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que sea), de modo que podria muy bien prescindir de el. Aparte de ello, Pedro ya no es un
mozo y le seria dificil emprender una nueva vida en un pais nuevo. Obviamente, la fuga
beneficiaria solo a su mujer, la que se vena desembarazada de Pedro, estrecharia sus
relaciones con sus amantes y podria tener todos los otros que le viniera en gana. Pero la
razon principal es que Pedro, asi lograra instalarse y prosperar en una ciudad lejana y como
se dice «rehacer su vida», viviria siempre atormentado por el recuerdo de su mujer infiel y
por el gozo que seguiria procurando y obteniendo del comercio con sus amantes.
—Es verdad —dijo Amalia— Eso de desaparecer, me parece un disparate.
—Pero este recurso de la fuga tiene una variante —empalmo Armando— Una variante
que me seduce. Digamos que Pedro no desaparece sin dejar rastros, sino que simplemente
se muda a otra casa luego de una serena explicacion con su mujer y una separacion
amigable. <<,Que puede pasar entonces? Algo que me parece posible, al menos
teoricamente. Pero esto requiere cierto desarrollo. <-,Me permiten? Yo pienso que los
amantes son raramente superiores a los maridos, no solo intelectual o moral o
humanamente sino hasta sexualmente hablando. Lo que sucede es que las relaciones del
marido con la mujer estan contaminadas, viciadas y desvalorizadas por lo cotidiano. En ellas
interfieren cientos de problemas que nacen de la vida conyugal y que son motivo de
constantes discrepancias, desde la forma de educar a los hijos, cuando los hay, hasta las
cuentas por pagar, los muebles que es necesario renovar, lo que se debe cenar en la
noche...
—Las visitas que es necesario hacer o recibir—anadio Oscar.
—Exacto. Estos problemas no existen en las relaciones entre la mujer y el amante,
pues sus relaciones se dan exclusivamente en el piano del erotismo. La mujer y el amante
se encuentran solo para hacer el amor, con exclusion de toda otra preocupacion. El marido y
la mujer, en cambio, llevan a casa y confrontan a cada momento la carga de su vida en
comun, lo que impide o dificulta el contacto amoroso. Por ello digo que si el marido se va de
la casa, desaparecerian las barreras que se interponen entre el y su mujer, lo que dejaria el
campo libre para una relacion placentera. En fin, lo que quiero decir es que la separacion
amigable tendria para Pedro la ventaja de endosar a los amantes los problemas cotidianos,
con todo lo que esto trae de perturbador y de destructor de la pasion amorosa. Pedro, al
alejarse de su mujer, se acercaria en realidad a ella, pues los amantes terminarian por
asumir el papel del marido y el el de amante. Al convivir mas estrechamente con los
amantes, gracias a la partida de Pedro, y al ver a este solo ocasionalmente, la situacion se
invertiria y en adelante irian a los amantes las espinas y al marido las rosas. Es decir, Rosa
donde Pedro.
—Todo eso me parece muy elocuente y bien dicho —intervino Oscar— Invertir los
papeles, gracias a una retirada estrategica. jNo esta mall i,Que les parece a ustedes? A mi
juicio es el mejor recurso.
—Pero no lo es —dijo Armando— Y creanme que me molesta que no lo sea. Un autor,
por mas frio y objetivo que quiera ser, tiene siempre sus preferencias. jAh, seria maravilloso
que las cosas pudieran ocurrir asi! Preservar la condicion de marido y ser al mismo tiempo el
amante. Pero en esta solucion hay una o varias fallas. La principal, en todo caso, es que
Rosa ya esta probablemente cansada de Pedro y no puede soportarlo ni de cerca ni de
lejos, ni como marido ni como amante. Todo lo que se relaciona con el esta impregnado de
las escorias de su vida en comun de modo que, por mas que no vivieran juntos, le bastaria
verlo para que resurgieran en su espiritu todos los fantasmas de su experiencia domestica.
El esposo arrastra consigo la carga de su pasado marital. Lo que le impedira siempre
acercarse a su mujer como un desconocido.
—En definitiva —dijo Carlos— veo que las posibilidades de Pedro se agotan...
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—No, hay todavia otra posibilidad. Simplemente no hacer nada, aceptar la situacion y
continuar su vida con Rosa como si nada hubiera ocurrido. Esta solucion me parece
inteligente y ademas elegante. Revelaria comprension, realismo, sentido de las
conveniencias, incluso cierta nobleza, cierta sabiduria. Es decir, Pedro aceptaria tener en la
cabeza un par, o mejor dicho, cuatro pares de magmficos cachos y pasar a formar parte
resignadamente de la corporacion de los cornudos que, como es sabido, es una corporacion
infinita.
—jHum! —dijo Carlos— No estoy de acuerdo con eso. Claro, revela amplitud de
espiritu, ausencia de prejuicios, como dices, pero creo que seria poco digno, humillante. Yo
al menos no lo aguantaria.
—Yo tampoco —dijo Oscar— Y atencion, Amalia. Llegado el caso, que sirva de
advertencia.
—jOh, que maridos tenemos! —dijo Amalia— Unos verdaderos falocratas.
—Pero esta alternativa tiene sus ventajas —insistio Armando— La principal es que, al
aceptar la situacion, Pedro mantendria a su mujer a su lado. Una mujer que lo engana, es
cierto, y que carnal y espiritualmente pertenece a otros, pero que al fin esta alii, a su alcance
y de la cual puede recibir esporadicamente un gesto errante de carino. Conservaria no su
cuerpo ni su alma, pero si su presencia. Y esto me parece una maravillosa prueba deamor,
de parte de el, una prueba digna de quitarse el sombrero.
—Sombrero que no podria calarse Pedro en su adornadisima cabeza —dijo Oscar—
No, evidentemente, no me parece bien eso de aceptar la situacion. Consentir, en este caso,
es disminuirse como hombre, como marido.
—Es posible —dijo Armando— Pero sigo pensando que seria una solucion ponderada
y que requiere cierta grandeza de alma. Es preferible quizas ser infeliz al lado de la mujer
querida que dichoso lejos de ella... Pero en fin, digamos que tampoco es el buen recurso.
—No puede matar a los amantes... —dijo Carlos— No puede echar a la mujer de la
casa, no puede tampoco desaparecer, ni divorciarse, ni acomodarse a la situacion. i,Que le
queda entonces? Hay que reconocer que tu personaje se encuentra metido en menudo lio.
—Hay todavia otro recurso—dijo Armando— Un recurso directo, limpio: suicidarse.
Irma, Amalia y Berta protestaron al unisono.
—jAh, no! —dijo Irma— jNada de suicidios! jPobre Pedro! La verdad es que me cae
simpatico. <^Y a ti, Berta? Tu que tienes influencia sobre Armando, convencelo para que no
lo mate.
—No creo que lo mate —dijo Berta —El relato se convertiria en un vulgar melodrama.
Y ademas Pedro es demasiado inteligente para suicidarse.
—No se si sera inteligente o no —dijo Oscar— Despues de todo es una suposicion
tuya. Pero la situacion es tan enredada que lo mejor seria pegarse un tiro. <<,No crees,
Armando?
—<-,Un tiro? —repitio Armando— Si, un tiro... Pero, i,que resolveria esto? Nada. No, no
creo que el suicidio sea lo indicado. Y no porque se trate de un desenlace melodramatico,
como dice Berta. A mi me encanta el melodrama y pienso que nuestra vida esta hecha de
sucesivos melodramas. Lo que ocurre es que esta solucion seria tan mala como la de
desaparecer sin dejar rastros. Con el agravante de que se trataria de una desaparicion sin
posibilidad de regreso. Si Pedro se va de la casa le queda la esperanza del retorno y hasta
de la reconciliation. jPero si se suicida!
—Es verdad —dijo Carlos— Yo prefiero tener siempre en el bolsillo mi ticket de
regreso. Pero tampoco es una solucion absurda. Si Pedro se suicida se borra del mundo,
borra tambien a Rosa, a sus amantes, es decir, borra su problema. Lo que es una manera
de resolverlo.
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—No te falta razon —dijo Armando— Y voy a reconsiderar esta hipotesis. Aunque
entre resolver un problema y eludirlo hay una gran diferencia. Y ademas jquien sabe! jA lo
mejor el dolor de Pedro es tan grande que lo perseguiria mas alia de la muerte!
—En buena cuenta tu personaje esta fregado —bostezo Oscar— Veo que no has
encontrado una solucion a tu historia. Pero nuestra historia es que ya paso la medianoche y
que manana trabajamos. Y nosotros si tenemos una solucion: irnos al tiro.
—Espera —dijo Armando— Me habia olvidado de otra posibilidad...
—^Todavia hay otra? —pregunto Berta.
—Y una de las mas importantes. En realidad deberia haberla mencionado al comienzo.
Tambien es posible que Pedro llegue a la conclusion de que Rosa no le es infiel, que todas
las pruebas que ha reunido son falsas. Ustedes saben bien, tratandose de un asunto como
este la unica prueba plena es el flagrante delito. Todo lo demas, cartas, fotos, testimonies,
son recusables. Puede haber error de interpretacion, puede tratarse de documentos
apocrifos o falsificados, de testimonies malevolos, en fin, de circunstancias que se prestan a
una acusacion sin fundamento. Y la verdad es que Pedro no tiene la prueba plena.
—jAcabaramos! —dijo Oscar— Debias haber empezado por alii. Nos has tenido
dandole vueltas a un problema que en realidad no existia. ^Nos vamos, Irma?
—<^No quieren un conac, una menta?—pregunto Berta.
—Gracias —dijo Carlos— La historia de Armando nos ha divertido, pero Oscar tiene
razon, ya es tarde. De todos modos, Armando, espero que cuando nos reunamos la proxima
vez hayas terminado tu relato y nos lo puedas leer.
—jOh! —dijo Armando— Los relatos que mas nos interesan son por lo general
aquellos que nunca podemos concluir... Pero esta vez hare un esfuerzo para terminarlo. Y
con la buena solucion.
—<[,Nos traes nuestras cosas, Berta? —dijo Amalia.
—Yo se las traigo —dijo Armando— Ponganse de acuerdo con Berta para la proxima
reunion.
Armando se retiro hacia el interior, mientras Berta y las dos parejas se despedian.
i,D6nde seria la proxima cena? i,Donde Oscar? i,Donde Carlos? ^Dentro de quince dias?
^Dentro de un mes? Un ruido seco, perentorio, llego del fondo de la casa. Quedaron
paralizados.
—Se diria un tiro— dijo Oscar.
Berta fue la primera en precipitarse por el corredor, justo cuando Armando reaparecia
llevando un bolso, una bufanda, un abrigo. Estaba palido.
—jCurioso! —dijo— Estas son las coincidencias que a uno lo desconciertan. Al buscar
una pastilla en mi mesa de noche desplace mi revolver y no se como salio un tiro. Atraveso
el cajon de la mesa y reboto contra la pared.
—jBuen susto nos has dado! —dijo Oscar— Es asi como ocurren los accidentes. Es
por eso que yo jamas tengo armas a la mano. Pon un poco mas de atencion otra vez.
—jVa! —dijo Armando— Tampoco hay que exagerar. Despues de todo no ha pasado
nada. Los acompano hasta la puerta.
El malecon seguia brumoso. Armando espero que los autos arrancaran y entrando a la
casa corrio el picaporte y regreso a la sala. Berta llevaba a la cocina los ceniceros sucios.
—Ya manana la muchacha pondra orden aqui. Estoy muy cansada ahora.
—Yo en cambio no tengo sueno. La conversacion me ha dado nuevas ideas. Voy a
trabajar un momento en mi relato. No me has dicho que te parecio...
—Por favor, Armando, te digo que estoy cansada. Manana hablaremos de eso.
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Berta se retiro y Armando se dirigio a su escritorio. Largo rato estuvo revisando su
manuscrito, tarjando, anadiendo, corrigiendo. Al fin apago la luz y paso al dormitorio. Berta
dormida de lado, su lampara del velador encendida. Armando observo sus rubios cabellos
extendidos sobre la almohada, su perfil, su delicioso cuello, sus formas que respiraban bajo
el edredon. Abriendo el cajon de su mesa de noche saco su revolver y estirando el brazo le
disparo un tiro en la nuca.
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Mar afuera
Desde que zarpara la barca, Janampa habia pronunciado solo dos o tres palabras,
siempre oscuras, cargadas de reserva, como si se hubiera obstinado en crear un clima de
misterio. Sentado frente a Dionisio, hacia una hora que remaba infatigablemente. Ya las
fogatas de la orilla habian desaparecido y las barcas de los otros Pescadores apenas se
divisaban en lontananza, palidamente iluminadas por sus faroles de aceite. Dionisio trataba
en vano de estudiar las facciones de su companero. Ocupado en desaguar el bote con la
pequena lata, observaba a hurtadillas su rostra que, recibiendo en plena nuca la luz cruda
del farol, solo mostraba una silueta negra e impenetrable. A veces, al ladear ligeramente el
semblante, la luz se le escurria por los pdmulos sudorosos o por el cuello desnudo y se
podia adivinar una faz hosca, decidida, cruelmente poseida de una extraha resolucion.
—^Faltara mucho para amanecer?
Janampa lanzo solo un grunido, como si dicho acontecimiento le importara poco y
siguio clavando con frenesi los remos en la mar negra.
Dionisio cruzo los brazos y se puso a tiritar. Ya una vez le habia pedido los remos pero
el otro rehuso con una blasfemia. Aun no acertaba a explicarse, ademas, por que lo habia
escogido a el, precisamente a el, para que lo acompanara esa madrugada. Es cierto que el
Mocho estaba borracho pero habia otros Pescadores disponibles con quienes Janampa
tenia mas amistad. Su tono, por otra parte, habia sido imperioso. Cogiendolo del brazo le
habia dicho:
—Nos hacemos a la mar juntos esta madrugada.
—Y fue imposible negarse. Apenas pudo apretar la cintura de la Prieta y darle un beso
entre los dos pechos.
—jNo tardes mucho! —habia gritado ella, en la puerta de la barraca, agitando la sarten
del pescado.
Fueron los ultimos en zarpar. Sin embargo, la ventaja fue pronto recuperada y al cuarto
de hora habian sobrepasado a sus compaheros.
—Eras buen remador—dijo Dionisio.
—Cuando me lo propongo —replied Janampa, disparando una risa sorda.
Mas tarde hablo otra vez:
—Por aca tengo un banco de arenques. —Tiro al mar un salivazo—. Pero ahora no me
interesa. —Y siguio remando mar afuera.
Fue entonces cuando Dionisio empezo a recelar. El mar, ademas, estaba un poco
picado. Las olas venian encrespadas y cada vez que embestian el bote, la proa se elevaba
al cielo y Dionisio veia a Janampa y el farol suspendidos contra la Cruz del Sur.
—Yo creo que esta bien aca —se habia atrevido a sugerir.
—jTu no sabes! —replied Janampa, casi colerico.
Desde entonces, ya tampoco el abrio la boca. Se limito a desaguar cada vez que era
necesario pero observando siempre con recelo al pescador. A veces escrutaba el cielo, con
el vivo deseo de verlo destenirse o lanzaba furtivas miradas hacia atras, esperando ver el
reflejo de alguna barca vecina.
—Bajo esa tabla hay una botella de pisco—dijo de pronto Janampa—. Echate un trago
y pasamela.
Dionisio bused la botella. Estaba a medio consumir y casi con alivio vacio gruesos
borbotones en su garganta salada.
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Janampa solto por primera vez los remos, con un sonoro suspiro, y se apodero de la
botella. Luego de consumirla la tiro al mar. Dionisio espero que al fin fuera a desarrollarse
una conversation pero Janampa se limito a cruzar los brazos y quedo silencioso. La barca
con sus remos abandonados, quedo a merced de las olas. Viro ligeramente hacia la costa,
luego con la resaca se incrusto mar afuera. Hubo un momento en que recibio de flanco una
ola espumosa que la inclino casi hasta el naufragio, pero Janampa no hizo un ademan ni dijo
una palabra. Nerviosamente busco Dionisio en su pantalon un cigarrillo y en el momento de
encenderlo aprovecho para mirar a Janampa. Un segundo de luz sobre su cara le mostro
unas facciones cerradas, amarradas sobre la boca y dos cavernas oblicuas incendiadas de
fiebre en su interior.
Cogio nuevamente la lata y siguio desaguando, pero ahora el pulso le temblaba.
Mientras tenia la cabeza hundida entre los brazos, le parecio que Janampa reia con sorna.
Luego escucho el paleteo de los remos y la barca siguio virando hacia alta mar.
Dionisio tuvo entonces la certeza de que las intenciones de Janampa no eran
precisamente pescar. Trato de reconstruir la historia de su amistad con el. Se conocieron
hacia dos anos en una construccion de la cual fueron albaniles. Janampa era un tipo alegre,
que trabajaba con gusto pues su fortaleza fisica hacia divertido lo que para sus companeros
era penoso. Pasaba el dia cantando, haciendo bromas o aventandose de los andamios para
enamorar a las sirvientas, para quienes era una especie de tarzan o de bestia o de demonio
o de semental. Los sabados despues de cobrar sus jornales, se subian al techo de la
construccion y se jugaban a los dados todo lo que habian ganado.
—Ahora recuerdo—penso Dionisio. Una tarde le gane al poquertodo su salario.
El cigarrillo se le cayo de las manos, de puro estremecimiento. ^Se acordaria? Sin
embargo, eso no tenia mucha importancia. El tambien perdio algunas veces. El tiempo,
ademas, habia corrido. Para cerciorarse, aventuro una pregunta.
—^Sigues jugando a los dados?
Janampa escupio al mar, como cada vez que tenia que dar una respuesta.
—No —dijo y volvio a hundirse en su mutismo. Pero despues anadio—: Siempre me
ganaban.
Dionisio aspiro fuertemente el aire marino. La respuesta de su companero lo tranquilizo
en parte a pesar de que abria una nueva veta de temores. Ademas, sobre la linea de la
costa, se veia un reflejo rosado. Amanecia, indudablemente.
—jBueno! —exclamo Janampa, de repente—. jAqui estamos bien! —Y clavo los
remos en la barca. Luego apago el farol y se movio en su asiento como si buscara algo. Por
ultimo se recosto en la proa y comenzo a silbar.
—Echare la red —sugirio Dionisio, tratando de incorporarse.
—No —replied Janampa—. No voy a pescar. Ahora quiero descansar. Quiero silbar
tambien... —Y sus silbidos viajaban hacia la costa, detras de los patillos que comenzaban a
desfilar graznando—. <<,Te acuerdas de esto? —pregunto, interrumpiendose.
Dionisio tarareo mentalmente la melodia que su companero insinuaba. Trato de
asociarla con algo. Janampa, como si quisiera ayudarlo, prosiguio sus silbos, comunicandole
vibraciones inauditas, sacudido todo el de musica, como la cuerda de una guitarra. Vio,
entonces, un corralon inundado de botellas y de valses. Era un cambio de aros. No podia
olvidarlo pues en aquella ocasion conocio a la Prieta. La fiesta duro hasta la madrugada.
Despues de tomar el caldo se retiro hacia el acantilado, abrazando a la Prieta por la cintura.
Hacia mas de un ano. Esa melodia, como el sabor de la sidra, le recordaba siempre aquella
noche.
—^Tu fuiste? —pregunto, como si hubiera estado pensando en viva voz.
—Estuve toda la noche —replied Janampa.
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Dionisio trato de ubicarlo. j Habia tanta gente! Ademas, i,que importancia tendria
recordarlo?
—Luego camine hasta el acantilado —anadio Janampa y rib, rib para adentro, como si
se hubiera tragado algunas palabras picantes y se gozara en su secreto.
Dionisio miro hacia ambos lados. No, no se avecinaba ninguna barca. Un repentino
desasosiego lo invadio. Recien lo asaltaba la sospecha. Aquella noche de la fiesta Janampa
tambien conocio a la Prieta. Vio claramente al pescador cuando le oprimia la mano bajo el
cordon de sabanas flotantes.
—Me llamo Janampa —dijo (estaba un poco mareado)—. Pero en todo el barrio me
conocen por «el buenmozo zambo Janampa». Trabajo de pescador y soy soltero.
El, minutos antes, le habia dicho tambien a la Prieta:
—Me gustas. ^Es la primera vez que vienes aqui? No te habia visto antes.
La Prieta era una mujer corrida, maliciosa y con buen ojo para los rufianes. Vio detras
de todo el aparato de Janampa a un donjuan de barriada vanidoso y violento.
—^Soltero? —le replied—. jPor alii andan diciendo que tiene usted tres mujeres! —Y
tirando del brazo de Dionisio, se lanzaron a cabalgar una polca.
—Te has acordado, ^verdad? —exclamo Janampa—. jAquella noche me emborrache!
jMe emborrache como un caballo! No pude tomar el caldo... Pero al amanecer camine hasta
el acantilado.
Dionisio se limpid con el antebrazo un sudor trio. Hubiera querido aclarar las cosas.
Decide para que lo habia seguido aquella vez y que cosa era lo que ahora pretendia. Pero
tenia en la cabeza un nudo. Recordo atropelladamente otras cosas. Recordo, por ejemplo,
que cuando se instalo en la playa para trabajar en la barca de Pascual, se encontro con
Janampa, que hacia algunos meses que se dedicaba a la pesca.
—jNos volveremos a encontrar! —habia dicho el pescador y, mirando a la Prieta con
los ojos oblicuos, anadio—: Tal vez juguemos de nuevo como en la construccion. Puedo
recuperar lo perdido.
El, entonces, no comprendio. Creyo que hablaba del poquer. Recien ahora parecia
coger todo el sentido de la frase que, viniendo desde atras, lo golpeo como una pedrada.
—<^Que cosa me querias decir con eso del poquer? —pregunto animandose de un
subito coraje—. ^Acaso te referias a ella?
—No se lo que dices —replied Janampa y, al ver que Dionisio se agitaba de
impaciencia, pregunto—: <<,Estas nervioso?
Dionisio sintio una opresion en la garganta. Tal vez era el frio o el hambre. La manana
se habia abierto como un abanico. La Prieta le habia preguntado una noche, despues que
se cobijaron en la orilla:
—^Conoces tu a Janampa? Vigilalo bien. A veces me da miedo. Me mira de una
manera rara.
—<[,Estas nervioso? —repitio Janampa—. <<,Por que? Yo solo he querido dar un paseo.
He querido hacer un poco de ejercicio. De vez en cuando cae bien. Se toma el fresco...
La costa estaba aun muy lejos y era imposible llegar a nado. Dionisio penso que no
valia la pena echarse al agua. Ademas, i,para que? Janampa —ya caian gotas de manana
en su cara— estaba quieto, con las manos aferradas a los remos inmoviles.
—^Lo has visto? —volvio a preguntar la Prieta una noche—. Siempre ronda por aca
cuando nos acostamos.
—jSon ideas tuyas! —Entonces estaba ciego—. Lo conozco hace tiempo. Es charlatan
pero tranquilo.
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—Ustedes se acostaban temprano... —ernpezd Janampa— y no apagaban el farol
hasta la medianoche.
—Cuando se duerme con una mujer como la Prieta... —replied Dionisio y se dio cuenta
que estaban hollando el terreno temido y que ya seria inutil andar con subterfugios.
—A veces las apariencias enganan —continuo Janampa— y las monedas son falsas.
—Pues te juro que la mia es de buena ley.
—jDe buena ley! —exclamo Janampa y lanzo una risotada.
Luego cogio la red por un extremo y de reojo observo a Dionisio, que miraba hacia
atras.
—No busques a los otros botes —dijo—. Han quedado muy lejos. jJanampa los ha
dejado botados! —Y sacando un cuchillo, comenzo a cortar unas cuerdas que colgaban de
la red.
—<j,Y sigue rondando? —pregunto tiempo despues a la Prieta.
—No —dijo ella—. Ahora anda tras la sobrina de Pascual.
A el, sin embargo, no le parecio esto mas que una treta para disimular. De noche
sentia rodar piedras cerca de la barraca y al aguaitar a traves de la cortina, vio a Janampa
varias veces caminando por la orilla.
—<<,Acaso buscabas erizos por la noche? —pregunto Dionisio.
Janampa corto el ultimo nudo y miro hacia la costa.
—jAmanece! —dijo senalando el cielo. Luego de una pausa, anadio—: No; no buscaba
nada. Tenia malos pensamientos, eso es todo. Pase muchas noches sin dormir, pensando...
Ya, sin embargo, todo se ha arreglado...
Dionisio lo miro a los ojos. Al fin podia verlos, cavados simetricamente sobre los
pomulos duros. Parecian ojos de pescado o de lobo. «Janampa tiene ojos de mascara»,
habia dicho una vez la Prieta. Esa manana, antes de embarcarse, tambien los habia visto.
Cuando forcejeaba con la Prieta a la orilla de la barraca, algo lo habia molestado. Mirando a
su alrededor, sin soltar las adorables trenzas, diviso a Janampa apoyado en su barca, con
los brazos cruzados sobre el pecho y la peluca rebelde salpicada de espuma. La fogata
vecina le esparcia brochazos de luz amarilla y los ojos oblicuos lo miraban desde lejos con
una mirada fastidiosa que era casi como una mano tercamente apoyada en el.
—Janampa nos mira —dijo entonces a la Prieta.
—jQue importa! —replied ella, golpeandole los lomos—. jQue mire todo lo que quiera!
—Y prendiendose de su cuello, lo hizo rodar sobre las piedras. En medio de la amorosa
lucha, vio aun los ojos de Janampa y los vio aproximarse decididamente.
Cuando lo tomo del brazo y le dijo: «Nos hacemos a la mar esta madrugada», el no
pudo rehusar. Apenas tuvo tiempo de besar a la Prieta entre los dos pechos.
—jNo tardes mucho! —habia gritado ella, agitando la sarten del pescado.
^Habia temblado su voz? Recien ahora parecia notarlo. Su grito fue como una
advertencia. <^Por que no se acogio a ella? Sin embargo, tal vez se podia hacer algo. Podria
ponerse de rodillas, por ejemplo. Podria pactar una tregua. Podria, en todo caso, luchar...
Elevando la cara, donde el miedo y la fatiga habian clavado ya sus zarpas, se encontro con
el rostro curtido, inmutable, luminoso de Janampa. El sol naciente le ponia en la melena
como una aureola de luz. Dionisio vio en ese detalle una coronacion anticipada, una serial
de triunfo. Bajando la cabeza, penso que el azar lo habia traicionado, que ya todo estaba
perdido. Cuando sobre la construccion, a la hora del juego, le tocaba una mala mano, se
retiraba sin protestar, diciendo: «Paso, no hay nada que hacer»...
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